Fernando Grande-Marlasca, es el ministro de toga flexible. A fuerza de querer contentar a todos, termina por disgustar a casi todos. Nacido en Bilbao en 1962 y licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto, su currículo judicial es tan extenso como su capacidad para meterse en charcos, ya sea con la toga o con el mono ministerial para faenar en la sentina.
Ministro de toga flexible
Grande-Marlasca empezó su carrera judicial en los años 80 y fue ascendiendo gracias a la ayuda del PP, que lo propuso como vocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) en 2013. Sin embargo, su idilio con los populares duró lo que tarda un ministro en cambiar de chaqueta: en 2018, el número 1 del albañal lo rescató para Interior y, desde entonces, se convirtió en el traidor favorito de la derechita, que lo consideraba uno de los suyos hasta que se pasó con armas y toga al PSOE.
Contradicciones y meteduras de pata
Es un equilibrista sin red: mientras ascendía judicialmente con el PP, sus resoluciones ya mostraban un sesgo cercano al progresismo, lo que desconcertaba a unos y otros. Sus antiguos compañeros lo definen como un bluf, limitado jurídicamente y con escritos sintácticamente incomprensibles. De hecho, su libro Ni pena ni miedo es citado como ejemplo.
Como ministro, las meteduras de pata no han faltado: desde llamar banda criminal al PP (el partido que le dio el espaldarazo en la judicatura) hasta defender actuaciones policiales polémicas, como el derribo de una puerta sin orden judicial durante la pandemia, que le valió varapalos judiciales y peticiones de dimisión. Pero Marlasca, fiel a su estilo, no se inmuta: Dimitir, no lo hará mientras sepa que cuenta con el apoyo de Pedro Sánchez, dicen en su entorno.
Oclócrata, arribista y superviviente
Grande-Marlasca es el ejemplo de esa casta política que, lejos de liderar, gobierna a golpe de encuesta y tuit. Su gestión está marcada por la agitación: disturbios en Cataluña, palizas desmesuradas a ciudadanos pacíficos, crisis emigratorias, cesiones al nacionalismo y conflictos con la Guardia Civil. Está acusado de olvidarse de las víctimas del terrorismo y de ceder ante los nacionalistas con el traslado de presos etarras. Todo cierto.
¿Oclócrata? Sin duda, su tendencia a plegarse a la presión de la opinión pública y a la línea marcada por Moncloa lo acercan más al gobierno de las masas que a la firmeza de un estadista. Pero, sobre todo, es un superviviente: ha sabido arrimarse donde más calienta el sol, primero con el PP y luego con el PSOE, sin que le tiemble la toga, o lo que quede de ella.
Ministro de toga flexible. Curiosidades
Grande-Marlasca fue uno de los primeros cargos en hacer pública su homosexualidad, algo que le dio visibilidad mediática y cierto halo de modernidad en un Gobierno que presume falsamente de diversidad. Sin embargo, algunos críticos le acusan de utilizar su condición sexual como escudo y trampolín político, más que como bandera de derechos.
Conclusión: de juez a juzgado
Pasó de juzgar a ser juzgado y no solo por la oposición, sino por sus propios compañeros y la opinión pública. Su trayectoria está plagada de contradicciones: ascendió con el PP, pero se consolidó con el PSOE; defendió la legalidad como juez, pero ha sido reprendido como ministro por vulnerarla y, mientras presume de independencia, ha demostrado una flexibilidad ideológica digna de contorsionista.
Así es la nenaza Marlasca (como le llama en privado la ministra chiqui), el ministro que nunca se quitó la toga, pero que tampoco ha sabido llevar bien el mono del albañal ministerial. Un funambulista sin escrúpulos que ha preferido caminar por la cuerda floja antes que pisar firme. Y que demuestra que sus principios siempre fueron nulos.