El que el PSOE sea el partido más criminal de la historia de España, no elimina la posibilidad de que en otros negociados no haya oclócratas. Al contrario.
González Pons: caricatura literaria
Si hubiese que retratar a Esteban González Pons en un óleo satírico y de trazo grueso, el pincel tendría que cargar pintura de varios botes: derecho constitucional, telegenia moderada, nostalgia de Senado, twitter lírico y, por supuesto, novela erótica —más crepuscular que chispeante.
Nacido en Valencia en el ya lejano 1964, licenciado y doctor en Derecho Constitucional (tesis de título tan largo como algunos de sus discursos), fue el senador más joven de España y desde entonces ha transitado todos los pasillos posibles del Partido Popular, desde la portavocía del Senado cuando Internet se llamaba la red de redes, hasta el oropel europarlamentario y todas las vicesecretarías que caben en una tarjeta de visita que dice más apilador de cargos y de canonjías que hacedor de política.
Las meteduras de pata: de lo fáctico a lo verbal
González Pons, que nunca evita una cámara pero a veces olvida el filtro, ha dejado un espeso catálogo de deslices:
- Su legendaria rueda de prensa de 2008, en la que dio por muertos a inmigrantes en Lanzarote… que seguían vivos.
- Su capacidad para denunciar pucherazos sin pruebas, o convertir debates parlamentarios en monólogos sobre la piel de toro y la patria, con épica de sobremesa.
- Ese tuit en el que defendía a capa y espada la neutralidad de RTVE… el mismo día que la dirección del ente tenía las puertas giratorias más activas que la Gran Vía.
- No sé quién es la lista negra, pero yo no voy con la lista negra porque no soy negro. Una frase tan imperecedera que merecería placa en algún arzobispado.
Su retrato (literario, claro)
Imaginen a González Pons esgrimiendo su pluma —a ratos para firmar reformas constitucionales; a ratos, novelas en las que las relaciones humanas tienen menos voltios que una linterna sin pilas.
Prolífico en novelas que nadie se atreve a reseñar sin pseudónimo, como Ellas o Libro de pecados, Pons se despacha en el erotismo literario con la misma osadía que en los discursos europeos: escorzos, giros líricos y el sexo con corbata de quien aprendió el Kamasutra en versión BOE.
Sobre si fue o no de extrema derecha en su juventud universitaria, la hemeroteca —y algún excompañero con memoria de elefante— guarda sombras: camisas nuevas, peinados pasados de moda y muchas más horas de rosario que de pancarta en las plazas.
Un rasgo de oclocracia (el poder de la masa y el eslogan chusco) asoma cada vez que improvisa ante la tribuna, mezclando democracia sentimental y populismo del PowerPoint, con analogías sacadas de un libro de Paulo Coelho comprado en rebajas.
Curiosidades y herederos con agenda rusa
No menos jugoso es el episodio del hijo casi imberbe de Pons tocando poder en Gazprom —la petrolera estatal rusa—, lo que da para sketch, thriller y novela negra a la vez. ¿Casualidad de las puertas giratorias europeas o simple genética valenciana para los sobresueldos? El silencio mediático ha sido casi tan espeso como el gas que factura la compañía.
González Pons ¿Apto para el cargo?
¿Puede Esteban González Pons navegar los temporales de Bruselas y Madrid?
Virtuoso de la supervivencia política, jamás deja clara una opinión sin abrir una puerta de salida: proclama europeísmo mientras entona la melodía patria y olé; presume de neutral e institucional pero tuitea como opinador del canal 24H. Su capacidad de gestión, experta en ponencias, comisiones y convenios bilaterales con catering, no destaca ni por brillantez ni por escándalo: es el funcionario del establishment, a prueba de modas y de primarias —eso sí, con más horas de plató que de despacho.
Así es González Pons: políglota de cargos, orador de la declaración ambigua, poeta de sobremesa y narrador furtivo de hotel de aeropuerto. Capaz de escribir una novela sobre amores anónimos y, en la página siguiente, un tuit confuso sobre el futuro de Europa. Su caricatura ideal sería la de un notario del siglo XIX soñando con ser protagonista de La Regenta… pero despertando cada lunes en el patio de butacas del Parlamento Europeo, siempre con un cargo a estrenar y un titular dispuesto para la próxima metedura de pata.