Bienaventurado el que tiene talento y dinero, porque empleará bien este último. Menandro de Atenas (circa 342–291 a. C.), figura central de la Comedia nueva griega.
Talento, dinero y sabiduría. Contextos
La época de Menandro marca el tránsito entre la polis clásica y el mundo helenístico, un tiempo en que la vida pública se replegaba hacia lo privado y la filosofía moral adquiría un tono más doméstico, introspectivo y pragmático.
En ese contexto, la frase no es una loa al éxito ni una apología del capital, sino una advertencia ética: la fortuna sin inteligencia es peligrosa; el talento sin medios, estéril. Menandro, heredero de la tradición socrática a través de su maestro Teofrasto, condensa aquí una visión aristotélica del equilibrio: el dinero no es malo en sí, pero solo es virtuoso cuando lo gobierna la razón.
Talento, dinero y sabiduría también refleja una transformación cultural: en la Atenas democrática del siglo V a. C., la virtud era pública y cívica; en la Atenas helenística de Menandro, se vuelve privada y económica.
El talento ya no se mide por la elocuencia en la asamblea, sino por la prudencia en el uso de los recursos. La comedia, que antes ridiculizaba a los poderosos, ahora observa con ironía las tensiones del hogar, el matrimonio, la herencia y el crédito.
Talento, dinero y sabiduría. Lectura moral
La frase ha sobrevivido porque su estructura es aforística y su contenido, universal. En ella se cruzan dos ejes: el ético (el talento como virtud) y el económico (el dinero como instrumento). Su fuerza reside en la subordinación del segundo al primero: el talento no se mide por lo que se tiene, sino por cómo se usa.
En tiempos modernos, esta sentencia puede leerse como una crítica anticipada al capitalismo sin criterio, al éxito sin sustancia, al derroche sin propósito. Frente a la figura del nuevo rico, Menandro propone la del sabio que administra. Frente al culto al dinero, la ética del uso.
También puede interpretarse como una defensa del mecenazgo ilustrado, del artista que sabe sostener su obra sin traicionar su visión. O como una advertencia al político que posee recursos pero carece de juicio. En todos los casos, la sentencia exige una alianza entre inteligencia y poder, entre ética y eficacia.
Sobre Menandro
Menandro nació en Atenas en el 342 a. C., en el seno de una familia acomodada. Fue discípulo de Teofrasto, sucesor de Aristóteles en el Liceo, y cultivó una comedia distinta a la de Aristófanes: menos política, más psicológica; menos coral, más doméstica. Su teatro retrata con agudeza las tensiones familiares, los enredos amorosos, las hipocresías sociales.
Escribió más de cien comedias, de las cuales solo una (El misántropo) se conserva completa. El resto nos ha llegado en fragmentos, muchos de ellos rescatados en papiros egipcios. Su influencia fue enorme: Plauto y Terencio lo adaptaron al latín, y a través de ellos, su estilo marcó la comedia europea hasta Molière.
Menandro no fue un moralista en el sentido estricto, pero su teatro está lleno de sentencias como la que nos ocupa: breves, agudas, memorables. En ellas se condensa una ética del sentido común, una filosofía sin sistema pero con mirada. Su mundo no es heroico ni trágico, sino cotidiano y ambiguo. Y en ese mundo, el talento no es un don, sino una responsabilidad.




