Los errores ortográficos y lingüísticos en los medios de comunicación españoles, lejos de ser meras anécdotas, se han convertido en una plaga que desacredita el rigor profesional y cultural que se espera de quienes deberían ser faro y ejemplo de corrección verbal. Basta con observar el caso del rótulo televisivo ¿Témen a unas elecciones en València?, donde la tilde indebida en témen salta a la vista como un síntoma claro de dejadez y falta de respeto a la lengua española.
No es una nimiedad: esa tilde, digna de un estudiante desafortunado de la ESO, estaba expuesta ante millones. ¿La causa? La prisa, dicen. Pero la prisa jamás debe excusar el desatino cuando lo que está en juego es la dignidad comunicativa de una nación entera.
Gazapos impresentables. Faro averiado
La televisión y la prensa escrita deberían velar por la impecabilidad idiomática. Sin embargo, los rotulistas y redactores cometen fallos diariamente en todos los canales, desde erratas flagrantes como llubia en vez de lluvia, hasta subtítulos mal redactados o titulares con doble sentido involuntario que rozan el esperpento. Los errores van desde tildes fantasma hasta artículos innecesarios delante de apellidos, pasando por nombres de ciudades escritos en otra lengua en contextos castellanohablantes.
Prisa, desidia y abandono
La justificación recurrente es el ritmo frenético de las redacciones y la inmediatez mediática. Pero, ¿de verdad es excusable? El público merece exactitud y buen uso; la prisa es solo la coartada. La raíz del problema es más profunda: falta de revisión, desinterés por la formación continua y abandono del control editorial. El hábito de escribir a mano se ha perdido, la lectura escasea y las pantallas han acentuado el caos lingüístico actual.
Topónimos: la paradoja multilingüe
Tan grave como la falta de ortografía es la incoherencia en el uso de los nombres de ciudades. En prensa nacional española, usar el valenciano València en vez del español Valencia cuando todo se escribe en español demuestra ignorancia o una complacencia irresponsable con las tendencias, desoyendo las normas. O sea, papanatismo o, en el mejor de los casos, gazapos impresentables.
Si el discurso es en español, el topónimo debe estar en español; todo lo demás es exhibicionismo pseudoinclusivo que solo contribuye al desconcierto y a la división, apartando a los lectores de un criterio unificador y claro.
Gazapos impresentables. Sin complacencia
Los periodistas y medios deberían ser un reflejo de excelencia lingüística. Para acceder al periodismo se exige nota alta; ¿por qué, entonces, no exigir la misma excelencia en el uso del idioma ante el público?
La prensa influye y modela la cultura; sus errores se extienden como mancha de aceite. Es hora de acabar con la laxitud, reivindicar la revisión rigurosa y recordar que la lengua, como la buena información, requiere cuidado y esmero cada segundo.
La frase la prisa no es excusa debería estar grabada en cada redacción y el ejemplo, siempre dado desde lo más alto. Porque cada tilde mal puesta, cada topónimo sacado de contexto, es una falta de respeto al lector y a la lengua española.
NOTA. Por cierto, ni Abascal ni Vox temen a nada ni a nadie.




