Continuamos en Artes y oficios con el sereno, un antiguo oficio que encierra una paradoja fascinante.
Etimología y significado
Procede del latín serenus, que significa claro, apacible, tranquilo. Sin embargo, el sereno no vivía en la calma, sino en la tensión de la vigilancia nocturna.
Su tarea era recorrer calles silenciosas, encender los faroles y custodiar la seguridad de los vecinos. El vocablo, por tanto, no solo describe el ambiente que debía transmitir, sino también la aspiración de una ciudad que buscaba dormir en paz.
El diccionario oficial contempla nueve acepciones diferentes sobre este término, pero solo una, la quinta, se refiere a este oficio desaparecido: Encargado de rondar de noche por las calles para velar por la seguridad del vecindario, de la propiedad, etc.
Sereno: entre la rutina y la leyenda
El sereno fue figura habitual en España e Hispanoamérica hasta bien entrado el siglo XX. Con sus llaves colgando del cinturón y un farol en la mano, se convertía en presencia discreta pero imprescindible.
Abría puertas a quienes llegaban tarde, avisaba la hora con voz firme y, en ocasiones, servía de testigo de historias mínimas: encuentros furtivos, confidencias en la penumbra, pequeños dramas que solo él escuchaba. La rutina de su oficio se mezclaba con un aura legendaria, pues era el único que habitaba la ciudad cuando todos dormían.
La condena de la modernidad
A mediados de la década de 1970, el sereno fue declarado innecesario. La electrificación del alumbrado público, la instalación de porteros automáticos y el refuerzo de las patrullas policiales absorbieron sus funciones. Lo que durante siglos era indispensable pasó a ser redundante.
Fueron los ayuntamientos, las empresas de servicios urbanos y los cuerpos policiales quienes, en nombre del progreso, firmaron la sentencia de este oficio. La ciudad ganó eficiencia, pero perdió una figura que encarnaba la confianza íntima de la noche.
La desaparición y la memoria íntima
La modernización acabó con la figura del sereno, pero su nombre quedó impregnado de poesía. Evoca un tiempo en que la seguridad dependía de una voz solitaria y de un farol encendido.
Recordarlo es rescatar la intimidad de las noches urbanas, cuando la serenidad era un oficio y la confianza se depositaba en un hombre que caminaba despacio, dueño de las llaves y del silencio.
Sereno: el relato permanece
Hoy el sereno es más un personaje literario que un oficio real. Su nombre invita a narrar porque condensa en una sola palabra la tensión entre calma y vigilancia, entre sueño y alerta. Es símbolo de una ciudad que se entregaba a la noche confiando en que alguien velaba por ella.
Y aunque ya no exista, su figura sigue siendo un relato en sí misma: el guardián sereno que iluminaba la oscuridad con un farol y con su voz.




