Un oficio jurídico es el que vamos a analizar desde nuestra especial visión de Artes y oficios: la procuraduría.
Cuando uno piensa en un juicio, imagina al juez con su toga, al abogado con su alegato y al acusado con cara de circunstancias. Pero entre bambalinas existe un personaje menos vistoso: el procurador.
Su oficio es tan antiguo como la propia organización judicial y, aunque su nombre suene a latín solemne, su función es muy terrenal: representar a la parte en el proceso y asegurarse de que los trámites se cumplen.
Procurador. Origen y huellas
Procurador viene del latín procurare, que significa cuidar de o gestionar. En la Edad Media, cuando los pleitos empezaban a multiplicarse y no todo el mundo podía acudir personalmente a los tribunales, surgió la figura de quien actuaba en nombre de otro.
En el ámbito judicial, el procurador se consolidó como el gestor procesal: el que se ocupaba de presentar escritos, recibir notificaciones y mantener viva la maquinaria del pleito. La RAE lo define en su quinta acepción como: profesional del derecho que, en virtud de apoderamiento, ejerce ante juzgados y tribunales la representación procesal de cada parte.
Desarrollo y consolidación
Con el tiempo, la profesión se reguló y se convirtió en un cuerpo colegiado. Mientras el abogado se centraba en la estrategia jurídica y en convencer al juez, el procurador se ocupaba de que todo lo administrativo funcionara. Era, por decirlo con simpatía, el cartero oficial del proceso, pero con rango y responsabilidad.
Su papel fue esencial en épocas en que las comunicaciones eran lentas y los tribunales exigían presencia constante.
Utilidad real hoy
Hoy, en plena era digital, podría pensarse que el procurador es prescindible. Sin embargo, sigue siendo clave: garantiza la representación procesal, asegura que las notificaciones llegan a buen puerto y que los plazos se cumplen.
Es el guardián de la formalidad, el que evita que un descuido administrativo arruine la estrategia de un abogado brillante. En otras palabras, es el engranaje invisible que mantiene la maquinaria judicial en marcha.
¿Profesión innecesaria? Debate abierto
No faltan voces que consideran al procurador una figura redundante. Argumentan que, con la digitalización de la justicia y la comunicación electrónica directa entre abogados y tribunales, su papel podría integrarse en el del letrado. Para estos críticos, mantener la profesión es como conservar un oficio medieval en pleno siglo XXI.
Sin embargo, la réplica es clara: el procurador aporta seguridad jurídica, especialización en trámites y una capa de responsabilidad que evita errores fatales. En definitiva, el debate sigue abierto entre quienes lo ven como un vestigio y quienes lo defienden como un garante imprescindible.
Singularidad y vigencia
La profesión de procurador es peculiar porque combina tradición y modernidad. Su nombre conserva la solemnidad latina, pero su trabajo se adapta a las nuevas tecnologías y a la digitalización de la justicia.
Procurador. Futuro
El procurador de hoy ya no corre con legajos bajo el brazo, pero sigue siendo el representante procesal por excelencia.
Su futuro pasa por reforzar su papel en la justicia digital, convertirse en garante de la comunicación electrónica y mantener viva una tradición que, aunque discreta, ha demostrado ser indispensable durante siglos.
En suma, el procurador es ese profesional que no busca protagonismo pero sin el cual el teatro judicial se quedaría sin tramoyista. Y ya se sabe: sin tramoyista, la obra no se representa.




