En la bruma de la historia atlántica, entre las leyendas de piratas y las crónicas del comercio colonial, emerge la figura de Amaro Rodríguez-Felipe y Tejera Machado, más conocido como Amaro Pargo. Nacido en 1678 en el seno de una familia acomodada de San Cristóbal de La Laguna, este personaje combinó la audacia del marino, la astucia del comerciante y el corazón del benefactor. Su apodo, Pargo, tomado del escurridizo pez de aguas canarias, resultaba perfecto para definir a un hombre cuya vida navegó siempre entre la realidad y el misterio.
Sin duda, es digno de engrosar nuestra sección de Personajes y figuras.
Amaro Pargo. De marino a corsario
Desde muy joven, con apenas catorce años, el mar lo llamó a sus dominios. Se inició su carrera en la peligrosa Carrera de Indias, esa ruta transatlántica donde los galeones españoles transportaban las riquezas del Nuevo Mundo bajo la constante amenaza de piratas y potencias enemigas. Pronto demostró su valía: a los veintiún años, como alférez, ideó una brillante estratagema que permitió derrotar a un grupo de piratas, episodio que marcaría el inicio de su fama. Entre 1714 y 1723, con patente de corso otorgada por el propio Felipe V, se convirtió en azote de navíos ingleses y holandeses, protegiendo con mano firme los intereses de la Corona española en el Caribe.
Fortuna y filantropía
Pero Amaro Pargo fue mucho más que un simple corsario. Su ingenio comercial le permitió acumular una fortuna legendaria a través de diversas actividades: desde los botines obtenidos en sus incursiones navales hasta el lucrativo comercio transatlántico que incluía esclavos, vino canario y azúcar. Sin embargo, lo que realmente distingue su figura es el uso que dio a esa riqueza. Lejos del estereotipo del pirata avaro, Pargo destacó como un notable benefactor: financió la construcción de iglesias como la de Santo Domingo de Guzmán, apoyó conventos y mostró especial devoción por sor María de Jesús de León y Delgado, la Siervita, a cuyo mausoleo contribuyó generosamente. Sus actos de caridad eran conocidos en todo Tenerife, donde ayudaba sistemáticamente a presos y necesitados.
Amaro Pargo. Mitos y honores
El reconocimiento a sus servicios no se hizo esperar. La Corona, agradecida por su defensa de las rutas marítimas, le otorgó varios privilegios y en 1727 consiguió el título de hidalgo, certificando su nobleza. Hoy, su lápida en la Iglesia de Santo Domingo de La Laguna muestra una carabela, símbolo perfecto de una vida dedicada al mar. Pero más allá de los honores oficiales, su figura ha trascendido al mundo de la leyenda. Se habla de tesoros escondidos en su casa de Machado que jamás fueron encontrados y, aunque probablemente nunca se enfrentó al famoso Barbarroja como alguna leyenda sugiere, su vida inspiró novelas como El corsario Amaro Pargo de Domingo García Barbuzano e incluso aparece en el universo de Assassin’s Creed.
Amaro Pargo representa esa rara combinación de audacia y generosidad, de pragmatismo comercial y profundas convicciones religiosas, de historia documentada y leyenda popular. Su legado perdura no solo en los archivos de Indias o en los documentos notariales que detallan sus actividades, sino en el imaginario colectivo canario, donde sigue navegando, eterno, entre las olas de la historia y el mito.
Amaro Pargo falleció en San Cristóbal de La Laguna, el 4 de octubre de 1747, a los 69 años de edad.