Nacido en Madrid en 1975, hijo único de padres castellanomanchegos que probaron suerte en Alemania antes de regresar a Móstoles para abrir una tienda de piensos, Bolaños parecía destinado a una vida tranquila entre sacos de alpiste y contratos laborales. Pero la llamada de Pedro Sánchez, como la de un hada madrina con carné del PSOE, le cambió el cuento.
Bolaños. De empollón a superministro
Licenciado en Derecho, número uno de su promoción y condecorado por la Escuela de Práctica Jurídica, Bolaños fue letrado del Banco de España, donde, dicen, dejó los expedientes tan ordenados que ni el polvo se atrevía a posarse sobre ellos. Pero el verdadero salto lo dio cuando Sánchez le fichó para la Secretaría General de la Presidencia y, más tarde, le ascendió a ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes: el superministro todoterreno, capaz de gestionar desde la exhumación de Franco hasta los indultos del procés.
Meteduras de pata y lengua viperina
En el arte de la oratoria, ha demostrado que la precisión jurídica no se traduce en delicadeza. Sus intervenciones en el Congreso son siempre sectarias, vacías de contenido o notoriamente falsas: ha llamado ultraderecha a la oposición con más frecuencia que la RAE define palabras, y no duda en tildar de antidemocráticos a quienes no aplauden sus iniciativas. Sus desafíos verbales y su tono de superioridad generan incendios dialécticos y sus alusiones a la minoría ruidosa o a la España que grita han servido de gasolina para la polarización.
Entre sus resbalones más comentados, destacan sus intentos de justificar cambios legislativos a golpe de decreto, sus choques con la judicatura y sus frases ambiguas sobre la independencia judicial, que han provocado más de un tirón de orejas institucional. No faltan quienes le acusan de practicar la oclocracia y la autocracia cuando la muchedumbre no le aplaude.
¿Oclócrata, autócrata, sectario?
Ha hecho del sectarismo una marca de la casa: gobierna como si el BOE fuera un blog personal y reparte etiquetas ideológicas con la soltura de quien reparte folletos en la puerta de una discoteca. Su capacidad para asumir el cargo es indiscutible en lo técnico —pocos ministros conocen mejor los entresijos legales—, pero su tendencia a polarizar, desafiar y excluir a más de la mitad del país le aleja de cualquier ideal. La autocracia se le pega como una segunda piel: no delega, no negocia y si lo hace, es bajo sus estrictas condiciones.
Si algo caracteriza a Bolaños es su sumisión absoluta y casi reverencial a su jefe y presidente. No hay comparecencia pública, crisis interna o escándalo en la que Bolaños no salga en tromba a defender, justificar o incluso reinterpretar las decisiones y movimientos de Sánchez, aunque para ello deba hacer auténticas acrobacias dialécticas. La imagen de las genuflexiones políticas no es gratuita: se le acusa de ejercer una sumisión perruna al líder socialista, actuando como su más fiel escudero, maquillador oficial y ejecutor de la línea monclovita sin el menor atisbo de disidencia.
En los debates parlamentarios ha rechazado cualquier atisbo de crítica o cuestionamiento a Sánchez, incluso en los momentos más delicados, como tras la dimisión de altos cargos socialistas por escándalos de corrupción. Siempre recalca que la estabilidad y la legitimidad de Sánchez se demuestran ganando votaciones día a día y subraya que la prerrogativa de someterse a una cuestión de confianza pertenece solo al presidente.
Bolaños es el perfecto cortesano, dispuesto a justificar cualquier maniobra, blindaje o giro estratégico de Sánchez, aunque eso le cueste la credibilidad o le obligue a realizar más genuflexiones políticas. Así, su lealtad inquebrantable ha sido objeto tanto de chanza como de crítica.
Curiosidades y otras puntas
- De joven, fue árbitro de fútbol, lo que explica su afición a sacar tarjetas (verbales) a diestro y siniestro.
- Es extraordinariamente discreto en lo personal.
- Su familia regentó una tienda de animales: de ahí su habilidad para lidiar con fieras políticas.
Bolaños, el ministro de la indigencia moral. Corolario
Es el ministro que nunca improvisa, que siempre tiene una cita legal a mano y que, si se queda sin argumentos, recurre al Código Civil como quien saca un as de la manga. Pero tanta precisión puede volverse en su contra: la política necesita empatía, cintura y, a veces, un poco menos de sectarismo. Bolaños prefiere la autarquía dialéctica y el desafío constante. Eso sí, en el país de la crispación, siempre tendrá trabajo.
Dicen algunas lenguas afiladas e informadas que el resto de ministros le llaman el felpudo institucional. Si el jefe tose, Bolaños le lleva el jarabe; si el jefe guiña, él aplaude la visión estratégica del parpadeo.
NOTA. Se dice que este elemento gasta más de 100.000 €/día públicos para controlar lo que se habla de él. Aquí estamos, Bolaños.