La letra S no entra. Se desliza. No golpea, no se impone, no reclama. Se insinúa.
Es la única letra que parece tener cuerpo sin tener forma: un trazo curvo que serpentea por la página como si no quisiera ser vista, sino sentida. Su sonido no se pronuncia: se sopla. Es aire que roza, que roza apenas, como el viento entre hojas o el roce de un vestido en movimiento. La S es la letra que no se dice, sino que se deja escapar.
La llamamos La serpiente no por capricho, sino por fidelidad a su naturaleza. Su grafía es reptante, su fonema es sibilante y su historia está llena de deslizamientos, bifurcaciones y mudas. Es la letra que divide sin cortar, que insinúa sin afirmar, que acompaña sin ocupar. En ella hay algo de sombra, algo de eco, algo de secreto.
S de serpiente. Multiplicación sin ruido
La S es una letra antigua. En el alfabeto fenicio fue shin, símbolo del diente, del filo, del juicio. En el griego se convirtió en sigma y en latín tomó su forma definitiva, esa curva doble que parece una danza detenida. La S, en español, ha sido siempre abundante pero nunca protagonista. Es la letra que aparece en plural, en posesivo, en condicional, en subjuntivo. Está en todas partes, pero rara vez se deja notar.
Fonéticamente, la S es una fricativa sorda: no vibra, no retumba, no se abre. Se filtra. Es la letra de los susurros, de las advertencias, de las insinuaciones. En muchas lenguas, el sonido /s/ está asociado al silencio, al sigilo, al peligro. No es casual que el silbido de una serpiente y el de una persona compartan esta forma: ambos anuncian algo que viene, algo que acecha.
En la escritura, la S es dúctil. Puede ser suave o cortante, según el trazo. En la caligrafía antigua, la s larga se confundía con una f sin cruz, y convivió con la s corta hasta bien entrado el siglo XVIII. Esa duplicidad gráfica es reflejo de su carácter: la S no se define, se adapta. En tipografía, es una de las letras más decorativas y en poesía, una de las más musicales. Basta leer en voz alta versos como suspiros suaves sobre la seda para notar cómo la S convierte el idioma en textura.
En la morfología, la S es marca de pluralidad, de posesión, de condición. Es la letra que acompaña, que modifica, que transforma. No es raíz, pero es rama. No es núcleo, pero es borde. En palabras como ser, sí, sombra, silencio, saber, sangre, sol, sal, sueño, la S aparece como umbral: antes del sentido, está el silbo.
Conclusión. El idioma como serpiente
La S de serpiente es una forma de estar en el lenguaje. Es el modo en que el idioma se desliza entre significados, el modo en que la palabra se insinúa antes de afirmarse. Es la serpiente que recorre la sintaxis sin ser vista, que da forma al aire sin ocupar espacio.
En la serie de letras, la S es frontera y tránsito. No tiene la verticalidad de la T, ni la apertura de la A, ni la firmeza de la D. Tiene movimiento. Tiene curva. Y tiene sombra. Es la letra que no se impone, pero que transforma. Y en ese gesto, en ese deslizamiento, revela que el lenguaje no siempre se construye con golpes, sino con roces. Que no siempre se afirma, sino que se insinúa.
La S es el idioma cuando se vuelve serpiente. Cuando no camina, sino que se desliza.