El hambre se puede sentir pero nunca debe manifestarse. Fernando Cosculluela
El pudor del hambre es una sentencia que condensa la tensión entre la experiencia íntima del sufrimiento y su expresión pública. No es una simple afirmación sobre el hambre como fenómeno físico, sino una declaración ética, estética y política sobre cómo se debe (o no se debe) mostrar la carencia.. ¿Cómo se vive la necesidad sin perder la dignidad?
El pudor del hambre. La experiencia
Sentir hambre es una vivencia primaria, universal, que atraviesa culturas y épocas. Pero esta frase no se refiere al hambre como necesidad fisiológica, sino como símbolo de carencia, de deseo no satisfecho, de vulnerabilidad. Al decir que puede sentirse pero no manifestarse, se introduce una distinción entre lo que se vive y lo que se muestra. Es una invitación al pudor, a la contención, a no convertir la necesidad en espectáculo.
Este gesto recuerda al ethos clásico del estoicismo, donde el sufrimiento debía ser soportado con entereza, sin exhibición.
La dignidad en la carencia
La frase plantea una ética de la discreción: no se trata de negar el hambre, sino de no convertirla en demanda. En sociedades donde la exposición del sufrimiento se ha vuelto moneda corriente—en medios, en redes, incluso en política—esta sentencia suena reaccionaria porque debe interpretarse como una defensa de la dignidad: no mendigar, no exhibirse, no convertir la necesidad en mercancía.
Hay ecos aquí de Simone Weil, quien escribió: La necesidad humilla, pero el alma puede resistir si no se rebaja. También de Pasolini, que en sus escritos sobre la pobreza distinguía entre el pobre que conserva su lenguaje y el que lo pierde al adaptarse al lenguaje del poder. En ambos casos, la manifestación del hambre no es solo un gesto físico, sino una cesión simbólica.
Estética del silencio
Desde un punto de vista literario o teatral, la frase sugiere una poética del silencio. El personaje que sufre sin decirlo, que deja que el espectador intuya su dolor, tiene más fuerza que aquel que lo grita. En escena, el hambre no manifestada puede ser más conmovedora que la explícita. El vacío, la pausa, la mirada perdida: todo eso puede decir más que mil palabras.
En este sentido, la frase se alinea con una estética de la sugerencia, del subtexto, del gesto contenido. Es la diferencia entre mostrar y hacer sentir. El hambre que no se manifiesta se convierte en atmósfera, en tensión, en presencia invisible.
El pudor del hambre. El decoro
Pero también hay una lectura política. ¿Quién puede permitirse no manifestar el hambre? ¿No es esa contención un privilegio? En contextos de exclusión, la manifestación del hambre es a veces la única forma de reclamar justicia. Silenciarla puede ser una forma de perpetuarla.
Aquí la frase se vuelve ambigua, incluso polémica. ¿Es una defensa de la dignidad o una exigencia de invisibilidad impuesta por quienes no quieren ver? ¿Es una ética del pudor o una estética del olvido?
Sobre el autor
Fernando Cosculluela es fundador y director de hablarydecir, plataforma dedicada al análisis del lenguaje, la comunicación y el pensamiento crítico. Su trabajo se centra en la relación entre discurso y realidad, con especial atención a los usos del lenguaje. Fue profesor de corrección ortotipográfica y de estilo y ha desarrollado contenidos que abordan la ética de la expresión, la estructura del pensamiento argumentativo y la función del silencio en la construcción del sentido.
Hace 30 años, fue fundador, promotor y director del primer sitio web que ofreció acceso gratuito y completo a la legislación española en internet. Estos proyectos marcaron un hito en la democratización del conocimiento jurídico, anticipándose a los modelos de acceso abierto y convirtiéndose en referentes para profesionales del derecho, estudiantes y ciudadanos interesados en la normativa vigente.
Desde hablarydecir, impulsa proyectos de formación, escritura y reflexión orientados a mejorar la calidad del decir en distintos ámbitos profesionales y académicos.