La cruzada albigense, también conocida como cruzada contra los cátaros, fue una campaña militar promovida por el papa Inocencio III en 1209, con el respaldo de la monarquía capeta, para erradicar la herejía cátara en el sur de Francia.
Aunque se inscribe en el marco de las cruzadas, su objetivo no fue la recuperación de Tierra Santa, sino la represión de una disidencia cristiana que había echado raíces en los feudos occitanos, especialmente en el Languedoc.
El término albigense proviene de la ciudad de Albi, uno de los focos del catarismo, aunque el movimiento tuvo mayor presencia en ciudades como Toulouse, Béziers y Carcasona. La cruzada se prolongó durante décadas, con episodios de violencia extrema, negociaciones fallidas y una progresiva anexión de los territorios occitanos al dominio francés.
El catarismo y la cruzada albigense
Los cátaros, también llamados perfectos por sus seguidores, proponían una interpretación dualista del cristianismo. Consideraban que el mundo material había sido creado por una fuerza maligna, mientras que el mundo espiritual pertenecía a Dios. Esta visión, heredera de corrientes como el bogomilismo balcánico, negaba la encarnación de Cristo y rechazaba los sacramentos, el culto a la cruz y la autoridad eclesiástica.
Lejos de ser un movimiento marginal, el catarismo atrajo a nobles, artesanos y campesinos y llegó a organizar su propia estructura eclesial con obispos y rituales. Su expansión en Occitania coincidió con una época de fragmentación feudal, donde la autoridad papal y real era débil y los vínculos con la Corona de Aragón eran más sólidos que con París o Roma.
Los inicios
Antes de recurrir a las armas, la Iglesia intentó frenar el catarismo mediante la predicación. San Bernardo de Claraval y otros clérigos viajaron al sur para convencer a los fieles, pero con escaso éxito. En 1179, el Tercer Concilio de Letrán autorizó el uso de la fuerza contra los herejes, y tras el asesinato del legado papal Pierre de Castelnau en 1208, Inocencio III convocó una cruzada.
Simón de Montfort, noble francés, asumió el liderazgo militar. La campaña comenzó con la toma de Béziers, donde murieron miles de personas, sin distinción entre cátaros y católicos. Carcasona cayó poco después, y muchos señores occitanos fueron desposeídos de sus tierras. Raimundo VI de Tolosa, inicialmente ambiguo, acabó enfrentándose a los cruzados, mientras Pedro II de Aragón murió en la batalla de Muret (1213) defendiendo a sus vasallos.
Cruzada albigense. Más allá de la herejía
Aunque la cruzada se justificó como defensa de la ortodoxia, sus consecuencias fueron profundamente políticas. El condado de Tolosa perdió su autonomía, y los feudos occitanos pasaron a depender directamente de la monarquía francesa. La lengua occitana, la cultura trovadoresca y las formas de vida locales fueron desplazadas por el modelo norteño.
La represión del catarismo no terminó con la cruzada. En 1233, se instauró la Inquisición pontificia en Languedoc, dirigida por los dominicos, para perseguir a los últimos focos heréticos. El sitio de Montsegur en 1244, con la ejecución de más de 200 cátaros, marcó el final simbólico del movimiento.
Una lectura desde la realidad
La cruzada albigense no puede reducirse a una lucha entre buenos y malos, ni a una simple persecución religiosa. Fue un episodio complejo, donde se entrelazaron la defensa doctrinal, la afirmación del poder real y la transformación de una región con identidad propia. La Iglesia actuó conforme a los parámetros de su tiempo, buscando preservar la unidad de la fe, mientras la monarquía francesa aprovechó la coyuntura para expandir su influencia.
Hoy, comprender este conflicto implica reconocer sus múltiples dimensiones sin caer en simplificaciones ni anacronismos.