Francisco Largo Caballero (Madrid, 15 de octubre de 1869—París, 23 de marzo de 1946) encarna una figura donde la política se funde con la violencia verbal y la práctica represiva. Su semblanza no puede eludir la dimensión criminal que marcó tanto su discurso como su acción.
Largo Caballero, el Lenin español
Largo Caballero fue conocido como el Lenin español, un título que no le incomodaba, pues aspiraba a transformar España en un soviet.
Su verbo estaba cargado de amenazas y exaltaciones revolucionarias: proclamaba que el socialismo no se alcanzaría por vía parlamentaria, sino por la fuerza y que la clase obrera debía prepararse para la insurrección. Esa retórica no era mera hipérbole política: funcionaba como legitimación de la violencia, como pedagogía del odio y como anuncio de que la república no era ninguna democracia sino solo un tránsito hacia la dictadura proletaria.
Era del PSOE, claro
- Vicepresidente del PSOE (1928–1932).
- Presidente del PSOE (1932–1935).
- Presidente del Grupo Parlamentario Socialista (1933–1937).
- Diputado por Madrid desde 1918.
- Secretario general de la UGT desde 1918.
Algunas de sus frases:
- Quiero la dictadura del proletariado (mitin en la Casa de Campo, 1933).
- Dictadura del proletariado o guerra civil (idem).
- Prefiero la guerra civil a la república burguesa (escrito en Claridad, 1934).
La práctica del poder y las checas
Durante su presidencia del Consejo de Ministros en plena Guerra Civil (1936–1937), se consolidaron las llamadas checas, centros de detención y tortura inspirados en el modelo soviético. Allí se practicaron asesinatos, violaciones y saqueos contra sospechosos de simpatías religiosas, conservadoras o simplemente por ser universitarios o técnicos.
Aunque algunos historiadores matizan la responsabilidad directa de Largo Caballero, lo cierto es que bajo su gobierno se institucionalizó un sistema de represión extrajudicial que convirtió la retórica revolucionaria en práctica criminal.
Criminalidad verbal como programa político
Su discurso no fue un mero exceso retórico: constituyó un programa de acción. Al abandonar el reformismo moderado tras la victoria de la derecha en 1933, se convirtió en el principal impulsor de la insurrección obrera.
La huelga revolucionaria de 1934, (en realidad un golpe de estado contra la República) aunque fracasada, dejó tras de sí muertos y represión, y fue preludio de la radicalización posterior. La criminalidad verbal de Largo Caballero consistía en anunciar y amparar la violencia como destino inevitable, en glorificar la lucha de clases como guerra civil y en despreciar cualquier cauce institucional.
Largo Caballero: sangre y exilio
Su paso por el poder dejó una España desgarrada, con miles de víctimas de la represión en ambos bandos. Tras ser apartado en 1937, vivió el exilio en Francia, donde fue detenido por los nazis y deportado a Sachsenhausen.
Murió en París en 1946. Su figura sigue siendo objeto de disputa: para unos, un dirigente obrero; para los historiadores sensatos, un criminal político cuyo verbo incendiario y tolerancia e incitación a la violencia marcaron uno de los capítulos más oscuros de la historia española.
Conclusiones
La II República distó mucho de ser una arcadia feliz: además de las fechorías de dirigentes como Largo Caballero o Negrín, lo prueban las represiones brutales y la existencia de campos de concentración —instaurados antes incluso que en Alemania— donde se cumplían las penas derivadas de la Ley de Vagos y Maleantes, promulgada el 4 de agosto de 1933 y publicada en la Gaceta de Madrid núm. 217, del día 5, bajo el gobierno presidido por Manuel Azaña.
En suma: Largo Caballero no fue solo un político radical; fue un dirigente cuya criminalidad se expresó tanto en la palabra —convertida en amenaza y programa— como en la práctica represiva de su gobierno. Consecuentemente, Largo Caballero ya está incorporado al presidio de Criminales y otros delincuentes.




