En agosto de 1936, apenas iniciada la Guerra Civil Española, se perpetró una de las mayores matanzas de civiles de la contienda: los llamados Trenes de la Muerte de Jaén. La realidad de estos hechos, su contexto, sus responsables y sus consecuencias desmienten cualquier intento de blanqueo o justificación bajo el paraguas de la memoria democrática. La memoria histórica no puede ni debe ocultar la verdad: un crimen de masas, ejecutado por fanáticos y consentido por las autoridades republicanas, que no puede ser relativizado por el contexto de guerra.
En la sección Criminales y otros delincuentes queremos contribuir al conocimiento real (no oficial) de la historia. No olvidamos, no nos amedrentamos y nos comprometemos a ir publicando hechos execrables como el presente.
Trenes de la muerte. Antecedentes
Tras el Alzamiento del 18 de julio de 1936, la provincia de Jaén quedó bajo control republicano. La represión y el miedo se apoderaron de la zona. El 30 de julio, una multitud asaltó la cárcel de Úbeda y linchó a medio centenar de presos. El gobernador civil de Jaén, Rius Zunón, incapaz de controlar la situación, decidió trasladar a los presos más significados (en su mayoría civiles de derechas, religiosos y terratenientes) a Madrid, supuestamente para protegerlos.
Los hechos: dos trenes, dos tragedias
Primer tren (11 de agosto de 1936)
- Salieron 322 presos escoltados por guardias civiles y milicianos.
- Durante el trayecto, el tren fue hostigado en varias estaciones. Al llegar a Atocha (Madrid), milicianos anarquistas liderados por Eulogio Villalba Corrales (si deciden entrar en el enlace anterior, verán cómo se oculta una biografía criminal) detuvieron el convoy y seleccionaron a once presos —entre ellos terratenientes, políticos de derechas, sacerdotes y monjas— que fueron ejecutados sumariamente.
- El resto de los presos llegó a la prisión de Alcalá de Henares.
Segundo tren (12 de agosto de 1936)
- Partieron 245 presos, también escoltados.
- El tren fue interceptado en el apeadero de Santa Catalina-Vallecas por milicianos anarquistas y comunistas fuertemente armados.
- El director general de Seguridad, Manuel Muñoz Martínez, tras consultar con el ministro de Gobernación, Sebastián Pozas, y con conocimiento del presidente del Gobierno, José Giral, ordenó a la escolta abandonar a los presos a su suerte, alegando que no podía enfrentarse al pueblo armado.
- Los presos fueron bajados en grupos y ejecutados en el Pozo del Tío Raimundo. Entre las víctimas estaban el obispo de Jaén, Manuel Basulto y su hermana, asesinada por la miliciana Josefa Coso.
- Las cifras de asesinados varían entre 193 y 200.
Responsables. Fanatismo y cobardía
Directos
- Milicianos de la CNT, UGT, JSU y FAI, entre ellos nombres como Villalba Corrales y Josefa Coso.
- Los ejecutores actuaron con brutalidad, robando y asesinando a sangre fría, sin distinguir edad, sexo ni condición.
Políticos y administrativos
- Manuel Muñoz Martínez (director general de Seguridad): dio la orden de abandonar a los presos.
- Sebastián Pozas (ministro de Gobernación): conocedor y consentidor de la operación.
- José Giral (presidente del Gobierno): muy probablemente informado y partícipe en la decisión.
- Rius Zunón (gobernador civil de Jaén): responsable del traslado y dimitido tras la matanza.
Consecuencias: El crimen y la manipulación de la memoria
- Impunidad. A ninguno de los autores materiales o intelectuales les juzgaron ni condenaron durante la contienda. La posterior represión franquista sí buscó responsables.
- Deshumanización. A las víctimas se las seleccionó por su ideología, fe o posición social, sin juicio ni defensa.
- Distorsión histórica. Sectores de la izquierda justificaron los hechos como justicia popular o respuesta a la sublevación militar, cuando se trató de un crimen masivo e inhumano, ajeno a cualquier principio democrático o de justicia.
Trenes de la muerte. La memoria
La memoria democrática debe servir para recordar a todas las víctimas y condenar todos los crímenes, sin distinciones ideológicas, lo que obviamente no es el caso. La realidad es que los Trenes de la Muerte de Jaén fueron un acto de barbarie, ejecutado por criminales y consentido por autoridades que antepusieron el cálculo político y la cobardía a la defensa de la vida y la ley.
Venían de Jaén unos trescientos detenidos, prensados en el tren… y comienzan allí mismo el fusilamiento más feroz e inhumano en grupos de veinticinco, sin indagar sus personas ni delitos. Hay tristes escenas de padres que presencian la muerte de sus hijos y viceversa… Es el testimonio de superviviente recogido en la Causa General.
La memoria histórica y democrática exige verdad y justicia. Los Trenes de la Muerte son una advertencia contra el sectarismo, la impunidad y la manipulación de la historia.