Aclaramos que es el ministro del negacionismo, porque nuestro excelso oclócrata de hoy encarna —aunque no es un caso aislado entre los bandidos compinches de la banda del número uno— un ejemplo rotundo de alergia sistemática a la verdad: rechaza los hechos incómodos con la misma destreza con la que esquiva cualquier pregunta comprometida, recurriendo al insulto fácil de fascista y escabulléndose, lo que confirma su aversión crónica a la realidad comprobable.
El sujeto
Patxi López, nacido Francisco Javier López Álvarez en Portugalete en 1959, es de esos que parecen haber nacido para la política, el enriquecimiento y la estupidez. Su currículuo académico es breve: empezó Ingeniería Industrial en la Universidad del País Vasco, pero la abandonó para dedicarse por completo a la vida pública, un camino que ha transitado sin desviarse ni un solo día hacia el sector privado. Si se le busca experiencia fuera del Parlamento, solo se le encuentra como coleccionista de vinilos y declarado melómano, afición que, por cierto, ejerce con más constancia que la ingeniería.
Trayectoria y perfil político
De secretario general del PSE-EE a presidente del gobierno vasco (2009-2012), presidente del Congreso y ahora portavoz socialista en el Congreso, Patxi ha demostrado una habilidad camaleónica para sobrevivir a cualquier marea interna, aunque nunca ha destacado por éxitos en gestión ni por una elocuencia memorable. Su carrera es la de un fontanero de partido, siempre en los pasillos, nunca en la trinchera de la gestión eficaz.
Su mayor audacia: se enfrentó a Pedro Sánchez para liderar el PSOE. En las primarias de 2017, López presentó su candidatura como una tercera vía entre las posiciones de Pedro Sánchez y Susana Díaz. Quedó tercero de tres, claro y, a partir de allí volvió a la sumisión al número 1.
El oclócrata ministro del negacionismo
¿Es Patxi López un oclócrata? Por descontado, además hay que reconocerle su destreza para apelar al pueblo y al sentir de la gente en cada intervención, aunque rara vez concreta propuestas o responde con rigor a los problemas planteados. Prefiere la consigna fácil, el giro retórico y la acusación al adversario, antes que el debate profundo o el ejercicio de la autocrítica. Se perdería, el pobre…
Su capacidad para asumir cargos parece residir más en la fidelidad al partido y la habilidad para no destacar demasiado (ni para bien ni para mal), que en el mérito profesional o la brillantez intelectual. Es el clásico político profesional: nunca se va, nunca se equivoca (eso debe creerse) y nunca responde a nada que no le convenga. Cuando la prensa aprieta, Patxi se escabulle, se enfada o, simplemente, se va, como si el control parlamentario fuera un trámite molesto y no una obligación democrática.
Sus meteduras de pata
En el arte de la metedura de pata, Patxi López se ha labrado una reputación sólida. Famoso fue aquel debate en el que preguntó a un rival ¿y usted qué haría? cuando era él quien debía dar respuestas, o su reciente acusación al PP de comportarse como la extrema derecha, frase que repite con la misma soltura con la que esquiva preguntas incómodas. Su relación con los periodistas críticos es digna de una tragicomedia: cuando le preguntan por temas espinosos, responde con ataques personales, como hizo con Vito Quiles, a quien acusó de racismo en vez de contestar sobre la amnistía, o directamente abandona la sala, dejando a los reporteros con la pregunta en el aire y a los espectadores con la ceja arqueada.
Ministro del negacionismo. Corolario
Patxi López es como ese personaje que siempre está en la escena, pero nunca en el centro del drama: sonríe, asiente, repite el argumentario y, si la cosa se pone fea, se refugia en el tú más o en la acusación al mensajero. Un político ridículo de manual, impertinente e innecesario, de esos que nunca se mojan, pero tampoco se secan.
¿Su libro de cabecera? La izquierda necesaria, publicado en 2017 y firmado por él mismo. Siendo su condición inequívoca de ágrafo, algún negro cobraría… Su jefe también sabe firmar libros.