¿Para qué sirve ceder el asiento en el transporte público?
En teoría, sirve para facilitar el trayecto a personas que tienen mayores necesidades: ancianos, mujeres embarazadas, personas con movilidad reducida o pasajeros con bebés, etc. Este gesto sencillo es un reflejo de civismo, empatía y respeto por el prójimo; ayuda a que la convivencia urbana sea más amable y las ciudades, espacios verdaderamente inclusivos.
Por supuesto, también tiene su función pedagógica: ceder el asiento enseña con el ejemplo valores de cortesía y cooperación, recordándonos que no vivimos solos y que, de vez en cuando, está bien pensar en los demás, incluso si eso implica renunciar por unos minutos a nuestro ansiado privilegio de sentarnos tras un largo día.
Ahora bien, ¿y si no cedemos el asiento? Pues, aparte de reforzar la imagen de sociedad desentendida y egoísta —donde cada uno mira su móvil con feroz determinación por no levantar la vista—, contribuimos a ese curioso experimento social en el que las normas básicas de convivencia se transforman en recuerdos difusos, aptos solo para el anecdotario de abuelos y manuales de urbanidad olvidados. Total, seguro que el rótulo de Asientos reservados es solo decorativo. ¿No?
Y no poner los pies en otros asientos sirve, principalmente, para que la gente pueda sentarse en un lugar limpio y cómodo, sin restos de tu excursión diaria, manteniendo el mobiliario en buenas condiciones y, de paso, mostrando un mínimo de respeto por el prójimo. Aunque a veces algunos lo ven más como una prueba de equilibrio cívico o una moderna interpretación de la pintura rupestre… pero está claro que los asientos no son para exhibir suelas, sino para sentarse.