Pedro de la Gasca nació en 1497 en Navarregadilla (Ávila), en el seno de una familia modesta. Su trayectoria intelectual lo llevó a estudiar en la Universidad de Salamanca, donde se formó en derecho canónico y civil, disciplinas que marcarían su estilo de gobierno: más jurídico que militar, más diplomático que autoritario.
Su talento como jurista y su reputación como hombre íntegro le valieron la confianza de Carlos V, quien lo nombró miembro del Consejo de Indias y, más tarde, le encomendó una misión que definiría su legado: pacificar el virreinato del Perú tras la rebelión de Gonzalo Pizarro.
De la Gasca. La misión americana
En 1546, De la Gasca partió hacia América sin título nobiliario, sin tropas y sin ostentación. Su única arma era la palabra. El Perú estaba sumido en el caos tras la ejecución del virrey Blasco Núñez Vela y el levantamiento de los encomenderos liderados por Gonzalo Pizarro, que rechazaban las Leyes Nuevas promulgadas por la Corona para proteger a los indígenas.
De la Gasca, nombrado presidente de la Real Audiencia de Lima y comisionado plenipotenciario, desplegó una estrategia de persuasión: ofreció perdón a los rebeldes, anuló temporalmente las Leyes Nuevas y logró dividir el frente pizarrista. En 1548, tras reunir un ejército leal, derrotó a Pizarro en la batalla de Jaquijahuana sin apenas derramamiento de sangre. La ejecución de Pizarro selló el fin de la rebelión y consolidó la autoridad real en el virreinato.
Gobierno sobrio y eficaz
Durante su breve mandato en Perú (1547–1550), De la Gasca reorganizó la administración colonial, restituyó bienes confiscados, fortaleció la Audiencia y sentó las bases de una gobernanza más estable. Su estilo contrastaba con el de los conquistadores: austero, legalista, sin afán de gloria personal. Rechazó títulos y recompensas y regresó a España como obispo de Palencia, y más tarde de Sigüenza.
Su figura encarna el ideal del servidor público ilustrado, que actúa por deber y no por ambición.
Recepción historiográfica
La historiografía ha oscilado entre el elogio y el olvido. Francis Bacon lo comparó con Sócrates y Agesilao por su templanza y sabiduría. Otros lo han visto como un tecnócrata precoz, un modelo de administración racional en tiempos de conquista brutal. Sin embargo, su perfil bajo y su rechazo a la épica lo relegaron frente a figuras más ruidosas como Cortés o Pizarro.
Hoy, su legado resurge como símbolo de la diplomacia eficaz y del poder civil frente al militarismo. En tiempos de polarización, De la Gasca representa la posibilidad de vencer sin humillar, de gobernar sin destruir.
De la Gasca: el hombre que no quiso ser héroe
Pedro de la Gasca murió en 1567, sin haber fundado ciudades ni escrito crónicas. Su vida fue una negación del protagonismo, una afirmación del deber.
En la historia de América, su nombre es menos citado que otros, pero su obra perdura en la arquitectura institucional que permitió a la Corona consolidar su dominio sin perpetuar la guerra. Su figura merece no solo una entrada, sino una relectura crítica: la del hombre que entendió que la palabra, cuando es justa, puede más que la espada.
Y esas son algunas de las razones por las que hoy protagoniza la sección Personajes y figuras de hablarydecir.