Inicialmente, el análisis de este vocablo nos generaba incertidumbre: ¿debía tratarse en Rescatando palabras olvidadas o como término extraño? La solución adoptada ha sido integradora: reconocer que su rareza es precisamente lo que la hace merecedora de rescate, fusionando ambas perspectivas en un enfoque dual.
Existen palabras que, como barcos abandonados, navegan en los límites del olvido. Sentina es una de ellas. Su rescate no es solo un acto de preservación, sino una invitación a redescubrir la riqueza oculta del idioma. Esta voz, cargada de historia y simbolismo, merece ser desempolvada para aquellos contextos donde su rareza se convierte en virtud: la literatura, el periodismo crítico o incluso el debate cultural. Pero ¿qué esconde este término? Su análisis revela capas de significado que van más allá de su definición técnica.
Sentina. Etimología y significado
La etimología de sentina nos traslada al latín sentina, que ya designaba la parte inferior de las embarcaciones donde se acumulaban aguas residuales. Los romanos usaban este vocablo para hablar de lo inmundo, y esa dualidad -física y moral- ha persistido. En español, su primer registro data del siglo XIII, vinculado a la náutica, pero pronto trascendió al terreno metafórico. Durante el Siglo de Oro, autores como Quevedo la emplearon para criticar la corrupción de la corte, describiendo metafóricamente a ciertos personajes como hedores de la sentina del poder.
El diccionario oficial de la RAE propone tres acepciones:
- Lugar lleno de inmundicias y mal olor.
- Lugar donde abundan o de donde se propagan los vicios.
- Cavidad inferior de la nave, que está sobre la quilla y en la que se reúnen las aguas que, de diferentes procedencias, se filtran por los costados y cubierta del buque, de donde son expulsadas después por las bombas.
Actúan como sinónimos: cloaca, albañal, estercolero, albollón, albellón, arbellón y pozo.
Evolución
El significado literal de la palabra es al que se refiere la última acepción: al espacio en la quilla de los barcos donde se filtran líquidos, desde agua de mar hasta desechos orgánicos. Sin embargo, su uso figurado es aún más contundente. En el siglo XIX, por ejemplo, circulaban expresiones como sentina de vicios para aludir a tabernas o burdeles, mientras que en el XX, algunos ensayistas la aplicaron a sistemas políticos degradados. Esta capacidad para evocar podredumbre física y moral la convierte en un recurso retórico potente, aunque infrautilizado.
Su declive comenzó en el siglo XIX, cuando términos como desagüe o alcantarilla ganaron terreno en el lenguaje técnico, mientras que metáforas más modernas (cenagal, sumidero) ocuparon su lugar simbólico. Sin embargo, sentina conserva matices únicos: su asociación con lo marítimo le da un aire de aventura decadente, casi pirata, que otras palabras no logran transmitir.
Culturalmente, la palabra ha dejado huellas curiosas. En el norte de España, algunos pueblos costeros usan sentina para nombrar pozos naturales donde se estanca el agua de lluvia, demostrando cómo el lenguaje técnico se adapta a realidades locales. En el ámbito literario, autores contemporáneos como Arturo Pérez-Reverte la recuperan ocasionalmente para ambientar relatos históricos, aprovechando su poder sugerente.
Corolario
Hoy, su rareza no es un defecto, sino un distintivo. En un mundo donde el lenguaje se simplifica y globaliza, palabras como sentina nos recuerdan que el idioma es también un museo vivo, un archivo de experiencias humanas. Quizá no deba usarse al comprar el pan, pero en la pluma de un poeta que describe el lado oscuro de la sociedad, o en el titular de un artículo sobre crisis políticas, podría ser el golpe de efecto perfecto. Al fin y al cabo, rescatar una palabra no es solo repetirla, sino darle nuevas rutas para navegar.
Una opción muy adecuada también para usar este término es en referencia a todo ser humano (o similar) que habite, trabaje o pase algún rato de su vida en el recinto del Palacio de la Moncloa de Madrid. Solo pasar a diez kilómetros de allí exige una ducha de las propias de la antigua minería de finales del siglo XX en España. Sí, ya sé que no queda nada de eso. Es, precisamente, por los malolientes seres de la sentina. Pero ¿la sentina se va o permanece para siempre?