Presentamos en Personajes y figuras a Tomás de Torquemada, uno de los nombres más polémicos de la historia española.
Primer inquisidor general de Castilla y Aragón, su figura es objeto de interpretaciones extremas: desde el símbolo del fanatismo religioso hasta el arquitecto de una institución que, pese a su fama, fue menos sangrienta que sus homólogas europeas.
Tomás de Torquemada: fe, poder y leyenda
Tomás de Torquemada nació en 1420, probablemente en Valladolid o en la localidad palentina que lleva su apellido. Ingresó muy joven en la orden dominica, influido por su tío, el cardenal Juan de Torquemada, uno de los teólogos más influyentes de su tiempo. Su formación se completó en la Universidad de Salamanca y pronto destacó por su austeridad, disciplina y celo religioso.
En 1452 fue nombrado prior del convento de Santa Cruz de Segovia, donde impuso una estricta observancia monástica.
Su ascenso político y espiritual se consolidó cuando fue nombrado confesor de Isabel la Católica. Desde esa posición, ejerció una influencia decisiva en la corte, especialmente en asuntos religiosos. En 1483, el papa Sixto IV lo nombró inquisidor general de Castilla y Aragón, convirtiéndose en el primer gran organizador del Tribunal del Santo Oficio en España.
Arquitecto de la Inquisición española
Aunque la Inquisición española fue fundada en 1478 por los Reyes Católicos, fue Torquemada quien le dio forma institucional. Centralizó su estructura, redactó ordenanzas, estableció procedimientos y creó el Consejo Supremo de la Inquisición. Su objetivo era claro: preservar la unidad religiosa en un reino donde los conversos —judíos y musulmanes bautizados— eran vistos con sospecha por seguir practicando en secreto sus antiguas creencias.
Torquemada fue un ferviente defensor del Edicto de Granada de 1492, que expulsó a los judíos que no aceptaran convertirse al cristianismo. Paradójicamente, él mismo podría haber tenido ascendencia judía, aunque esta afirmación sigue siendo objeto de debate historiográfico.
¿Fanático o reformador?
Durante siglos, la figura de Torquemada ha sido convertida en sinónimo de intolerancia y crueldad. Sin embargo, los datos históricos invitan a matizar esa imagen. Durante su mandato (1483–1498), se estima que entre 2.000 y 3.000 personas fueron ejecutadas por el tribunal, una cifra que, aunque trágica, es muy inferior a la de otras inquisiciones europeas.
La Inquisición española, bajo Torquemada, fue una de las más reguladas y garantistas de Europa. La tortura estaba limitada por tiempo y procedimiento y se prohibía su uso en mujeres embarazadas, niños y ancianos. En comparación, en países como Inglaterra, Alemania o Francia, las penas por delitos religiosos o civiles eran mucho más brutales y arbitrarias.
Incluso algunos reos preferían ser juzgados por el Santo Oficio antes que por tribunales civiles, debido a las mejores condiciones carcelarias y procesales.
Legado y retiro
Torquemada rechazó cargos eclesiásticos mayores, como los arzobispados de Sevilla y Toledo y se retiró al convento de Santo Tomás de Ávila, que él mismo había fundado. Murió allí el 16 de septiembre de 1498, rodeado de una mezcla de respeto y temor. Su figura fue ensalzada por cronistas contemporáneos como Sebastián de Olmedo, que lo llamó el martillo de los herejes, la luz de España, el honor de su orden.
Tomás de Torquemada. Más allá del mito
Torquemada no fue un monstruo. Fue un hombre de su tiempo, convencido de que la unidad religiosa era esencial para la estabilidad política y espiritual de España. Su celo fue extremo, pero su labor se inscribe en un contexto donde la religión era inseparable del poder y donde la herejía se consideraba una amenaza existencial.
La leyenda negra que lo rodea ha sido alimentada por siglos de propaganda, literatura y simplificación histórica. Hoy, su figura exige una mirada más ponderada: la de un reformador riguroso, temido y respetado, que dejó una huella indeleble en la historia de España.