Hay gestos que no deberían necesitar explicación. Taparse la boca al bostezar, por ejemplo. No es una norma escrita en piedra ni un mandamiento divino, pero sí una de esas pequeñas cortesías que sostienen la arquitectura invisible de la convivencia. Un gesto que dice: Sé que estoy aquí contigo y no quiero incomodarte con mi humanidad desbordada.
Pero vivimos tiempos de desbordes. Hoy, el bostezo se exhibe como si fuera una medalla. En el autobús, en la oficina, en la cola del supermercado: bocas abiertas como túneles, gargantas expuestas como si fueran vitrinas anatómicas.
Hay quien bosteza con tal entusiasmo que uno teme que se le escape el alma por la tráquea. Y lo peor: sin el menor pudor. Como si mostrar el garganchón fuera una forma de autenticidad. Como si la educación fuera una rémora del pasado.
¿Por qué taparse la boca al bostezar?
- Por higiene, claro. Aunque el bostezo no es contagioso por vía aérea, sí puede ir acompañado de microgotas y no estamos para repartir fluidos.
- Por respeto, sobre todo. Porque abrir la boca como un hipopótamo en plena jungla no es precisamente una invitación al diálogo.
- Por estética, aunque suene superficial. Hay cosas que no necesitamos ver. La cavidad bucal ajena es una de ellas.
- Por humanidad, porque los gestos mínimos son los que nos recuerdan que vivimos con otros, no contra ellos.
La relajación de costumbres: ¿libertad o descuido?
La modernidad nos ha traído muchas cosas buenas pero también una peligrosa confusión entre ser uno mismo y hacer lo que me da la gana. Taparse la boca al bostezar no es una traición a la autenticidad. Es un acto de consideración. Un recordatorio de que no estamos solos en el mundo.
Y sí, estamos hartos de ver garganchones. Literalmente. De convivir con la exhibición constante del cuerpo como si fuera un parque temático. De que lo íntimo se vuelva público por desidia, no por necesidad. Porque hay una diferencia entre mostrar y desbordar. Entre compartir y invadir.
El alegato: la vuelta al respeto
No se trata de volver a la rigidez victoriana ni de imponer un manual de urbanidad decimonónico. Se trata de recuperar el sentido de los gestos. De entender que taparse la boca al bostezar es como decir perdón por interrumpir con mi cansancio. Es un acto de humildad. De respeto. De civilización.
Así que la próxima vez que alguien sienta el bostezo subir desde las entrañas, convendría recordarle que no está solo. Una boca abierta no es una declaración de principios. Es solo una boca. Mejor taparla.