En el discurso político, educativo y social contemporáneo, los términos igualdad y equidad se utilizan con frecuencia, a veces como sinónimos.
Sin embargo, su diferencia conceptual es notable y decisiva. Mientras la igualdad plantea ofrecer el mismo trato a todas las personas, la equidad exige tratar a cada uno según sus circunstancias. Y es esta segunda vía —la equidad— la que debe guiar cualquier sociedad que aspire a ser verdaderamente justa.
¿Qué es la igualdad?
La igualdad, en su definición más simple, implica ofrecer las mismas condiciones, recursos o trato a todas las personas. En teoría, suena justo. Pero en la práctica, puede resultar profundamente injusto. Si todos reciben lo mismo, sin considerar sus puntos de partida, capacidades o necesidades, se corre el riesgo de perpetuar las desigualdades existentes.
Ejemplo clásico: si se entrega el mismo libro de texto a todos los alumnos, sin considerar si algunos tienen dificultades de lectura, otros no hablan el idioma, o carecen de un entorno adecuado para estudiar, ¿realmente se está garantizando el derecho a la educación?
¿Qué es la equidad?
La equidad, en cambio, reconoce que no todos parten del mismo lugar. Implica ajustar los recursos, el trato y las oportunidades para compensar las desventajas estructurales o personales. No se trata de dar más a unos por capricho, sino de dar lo necesario a cada uno para que todos puedan alcanzar un resultado justo.
Volviendo al ejemplo anterior: equidad sería ofrecer libros adaptados, apoyo lingüístico o refuerzo escolar a quienes lo necesitan, para que todos puedan aprender en condiciones similares.
¿Por qué la equidad es preferible?
- Porque la igualdad ignora la diversidad. Las personas no son iguales: tienen historias, contextos, talentos y dificultades distintas. Tratar a todos igual es, paradójicamente, una forma de ocultar esas diferencias.
- Porque la equidad corrige desigualdades. La equidad no busca uniformidad, sino justicia. Es el principio que permite compensar desventajas heredadas, estructurales o circunstanciales.
- Porque la igualdad puede perpetuar privilegios. Si se distribuyen recursos de forma igualitaria en una sociedad desigual, los más favorecidos seguirán en ventaja. La equidad, en cambio, redistribuye con criterio.
¿Equidad o igualdad? ¿Y las políticas públicas?
Las políticas públicas deben abandonar el fetiche de la igualdad formal y abrazar la equidad como principio rector. Esto implica:
- Diseñar medidas que reconozcan la diversidad de situaciones.
- Evaluar el impacto real de las políticas, no solo su apariencia igualitaria.
- Priorizar a quienes más lo necesitan, sin caer en el asistencialismo, sino en la justicia distributiva.
Los ministerios de Igualdad
Los ministerios de igualdad parten de una premisa errónea: que la justicia social se alcanza replicando fórmulas uniformes para todos.
En lugar de abordar las causas de la desigualdad —como la pobreza estructural, la exclusión educativa o la precariedad laboral, todas con fuerte carga ideológica, particularmente socialista y globalista—, se centran en discursos simbólicos, cuotas artificiales y campañas que se quedan en gestos vacíos. Pretenden corregir desequilibrios reales con soluciones estéticas, ignorando que la igualdad impuesta sin equidad es solo una nueva forma de injusticia.
O lo que es peor, no ignoran nada: la miseria ajena les resulta útil; la propia, intolerable.
¡En fin, cosas de hipoprogres y de sus intereses!
¿Equidad o igualdad? Conclusión
La igualdad es un ideal abstracto; la equidad, una práctica concreta. En una sociedad compleja, tender a la equidad no es solo deseable: es imprescindible.