Yugoslavia fue una creación política e ideológica. Surgió en 1929 como nombre oficial del Estado que hasta entonces se llamaba Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos. El nuevo nombre, Jugoslavija en serbocroata, significa literalmente tierra de los eslavos del sur. No era un nombre tradicional ni histórico, sino un intento de construir una identidad común entre pueblos que compartían raíces lingüísticas pero no necesariamente una historia política unificada.
La idea de una Yugoslavia nació tras la I Guerra Mundial, cuando los imperios Austrohúngaro y Otomano se extinguieron. Los pueblos eslavos del sur —serbios, croatas, eslovenos, montenegrinos, macedonios y bosnios— se encontraron por primera vez en siglos con la posibilidad de formar un Estado propio. El nombre reflejaba un ideal pan-eslavista: unir a estos pueblos bajo una sola bandera, superando diferencias religiosas, culturales y políticas.
Los nombres que Yugoslavia quiso disolver pero no logró borrar
Aunque Yugoslavia buscaba una identidad común, los nombres de sus repúblicas constituyentes no eran invenciones recientes. Cada uno tenía una historia larga, anterior a la federación yugoslava.
- Serbia era un reino medieval desde el siglo XII, con fuerte identidad ortodoxa. Fue ocupada por los otomanos, pero recuperó su independencia en el siglo XIX. Su nombre proviene de los serbios, un pueblo eslavo que se asentó en los Balcanes en la Edad Media.
- Croacia también fue un reino independiente en la Edad Media y más tarde parte de la Corona húngara y del Imperio Austrohúngaro. Su identidad católica y occidental la diferenciaba de Serbia y el nombre Croacia nunca desapareció, ni siquiera bajo el paraguas yugoslavo.
- Eslovenia, aunque más pequeña, tenía una identidad cultural bien definida. Su nombre deriva de los eslovenos, otro grupo eslavo que vivió bajo dominio austrohúngaro. La lengua eslovena fue clave en la construcción de su nacionalismo.
- Bosnia y Herzegovina es una región con nombre doble: Bosnia, que aparece en fuentes medievales como un banato independiente y Herzegovina, que deriva del título alemán Herzog (duque), usado por un noble local en el siglo XV. Aunque fue parte del Imperio Otomano durante siglos, su nombre nunca se perdió.
- Montenegro, literalmente monte negro, fue un principado independiente desde el siglo XVII. Su nombre es una traducción del italiano Monte Negro, usado por los venecianos para describir sus montañas oscuras. Fue uno de los pocos territorios balcánicos que nunca fue completamente absorbido por los otomanos.
- Macedonia del Norte es quizás el más polémico. El nombre Macedonia tiene raíces antiguas, ligadas al reino de Alejandro Magno. Pero su uso moderno fue disputado por Grecia, que considera que el nombre pertenece a su patrimonio histórico. En Yugoslavia, se reconoció como una república con ese nombre, aunque el conflicto con Grecia persistió hasta bien entrado el siglo XXI.
¿Qué intentó lograr Yugoslavia con su nombre?
El nombre Yugoslavia era más que una etiqueta: era un proyecto político. Buscaba borrar las fronteras mentales entre croatas, serbios, eslovenos, etc., y crear una identidad común. Pero esa ambición chocó con siglos de historia, religión y cultura diferenciada. Aunque el nombre unificaba en teoría, en la práctica los nombres tradicionales seguían vivos en la memoria colectiva, en las lenguas, en las iglesias y en los libros de historia.
Durante el régimen comunista y criminal de Tito, como suele suceder en estos casos, estos dos adjetivos se funden en una sola realidad, se intentó reforzar esta identidad yugoslava con símbolos comunes, como el idioma serbocroata, el himno Hej Sloveni y una narrativa antifascista compartida. Pero tras su muerte, el nacionalismo resurgió y los nombres antiguos volvieron a ocupar el centro del escenario político.
Los nombres históricos
Cuando Yugoslavia comenzó a desintegrarse en los años 90, los nombres tradicionales no tuvieron que inventarse: simplemente reclamaron su lugar.
Cada república se independizó con el nombre que había tenido antes de la federación. No fue una invención, sino una restauración. Incluso Kosovo, que no era una república sino una provincia autónoma dentro de Serbia, adoptó un nombre con raíces medievales al proclamar su independencia en 2008.