Mataviejas. Crimen y misoginia en Santander

septiembre 30, 2025

José Antonio Rodríguez Vega, el Mataviejas cántabro.

El Mataviejas. Orígenes

Nació en Santander en 1957, en el seno de una familia marcada por la violencia doméstica y la precariedad afectiva. Su infancia estuvo atravesada por el maltrato de su padre hacia su madre, una figura que él mismo describiría más tarde como sumisa y humillada y que se convertiría en objeto de una fijación patológica. Esta relación conflictiva con la figura materna, combinada con una personalidad narcisista y manipuladora, fue lo que psiquiatras forenses señalaron como un posible detonante de su misoginia extrema.

En los años setenta, Rodríguez Vega fue condenado por múltiples agresiones sexuales, ganándose el apodo de el violador de la moto. Sin embargo, tras cumplir solo ocho años de una condena de veintisiete, fue liberado en 1986. Esta decisión judicial marcaría el inicio de una de las series de asesinatos más atroces y silenciadas de la crónica negra española.

Actividad criminal

Entre 1987 y 1988, Rodríguez Vega asesinó al menos a dieciséis mujeres de edad avanzada en Santander. Todas sus víctimas vivían solas, eran viudas o jubiladas y tenían entre 60 y 93 años. El asesino se presentaba como albañil o técnico de mantenimiento, ganándose la confianza de las mujeres para acceder a sus domicilios. Una vez dentro, las asfixiaba con almohadas o sus propias manos, en actos que combinaban violencia física y desprecio simbólico.

Durante meses, las muertes fueron atribuidas a causas naturales, lo que permitió que el asesino actuara con impunidad. Fue una investigación periodística de El Diario Montañés —no policial— la que alertó sobre el patrón de muertes, revelando la negligencia institucional y la invisibilidad social de las víctimas. Rodríguez Vega fue detenido en mayo de 1988, tras una operación que combinó testimonios vecinales, análisis forense y presión mediática.

En el juicio celebrado en 1991, se le condenó a 440 años de prisión. Durante el proceso, mostró una actitud fría y desafiante, llegando a escribir cartas en las que justificaba sus actos como una forma de castigo a las mujeres por su debilidad. Estas declaraciones, lejos de ser simples provocaciones, revelaban una estructura ideológica profundamente misógina, en la que el cuerpo femenino era visto como objeto de dominio y destrucción.

Consecuencias

El Mataviejas fue asesinado en 2002 por otros reclusos en la prisión de Topas (Salamanca), apuñalado con una hoja de afeitar. Su muerte cerró un ciclo de violencia que había comenzado con la impunidad judicial y culminado en la justicia carcelaria. Sin embargo, más allá del morbo mediático, su caso plantea interrogantes éticos y estructurales que siguen vigentes.

La invisibilidad de las mujeres mayores como víctimas, la negligencia institucional en la detección de patrones criminales y la falta de seguimiento psicológico a agresores sexuales reincidentes son elementos que configuran un contexto de vulnerabilidad estructural. El Mataviejas no solo fue un asesino en serie: fue también el síntoma de un sistema que falló en proteger a las más frágiles. Como hoy, Marlaska, como hoy, Sánchez.

Su historia es objeto de análisis en criminología, sociología y estudios de género y representa un punto de inflexión en la forma en que la sociedad española comenzó a mirar la violencia contra las mujeres no desde el espectáculo, sino desde la responsabilidad colectiva.

José Antonio Rodríguez Vega, 'el Mataviejas' escoltado por agentes en una imagen tomada durante el proceso judicial en Santander

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