César Manrique nació el 24 de abril de 1919 en Arrecife (Lanzarote). Su infancia transcurrió entre los veraneos prolongados en Caleta de Famara y los paisajes volcánicos que marcarían para siempre su imaginario. Aquella playa de ocho kilómetros, enmarcada por riscos de más de cuatrocientos metros, se convirtió en su primera escuela estética: La alegría más grande que tengo es la de recordar una infancia feliz… esa imagen la tengo grabada en mi alma como algo de una belleza extraordinaria.
La familia, de origen castellano y sevillano, vivía con holgura. Su padre, comerciante, le inculcó el respeto por el trabajo, mientras que el entorno insular le enseñó a mirar el mundo con ojos de asombro. Lanzarote no era solo su tierra natal: era su matriz simbólica.
Manrique. Primeros pasos
Tras participar como voluntario en la Guerra Civil en el bando nacional, Manrique abandonó los estudios de Arquitectura Técnica en La Laguna y se trasladó a Madrid para formarse en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Allí, entre 1945 y 1964, se sumergió en la pintura figurativa, que pronto abandonó por la abstracción matérica, influido por el informalismo español y por el paisaje volcánico que transmutaba en formas no realistas, pero emocionales.
Su obra pictórica se expuso en Madrid, Nueva York y otras ciudades, y fue reconocida por su potencia expresiva. Pero Manrique no se conformó con el lienzo: su vocación era expandir el arte hacia la vida.
Entre arte y naturaleza
A partir de los años 60, Manrique regresó a Lanzarote con una idea radical: integrar el arte en el paisaje sin violentarlo. Su intervención en espacios como los Jameos del Agua, el Mirador del Río, el Jardín de Cactus o el Parque Nacional de Timanfaya no fue decorativa, sino estructural. Diseñó espacios que respetaban la geología, la luz, el silencio y la historia del lugar.
Su arquitectura no era monumental, sino simbólica. Usaba materiales locales, formas orgánicas y soluciones técnicas que dialogaban con el entorno. En cada proyecto, Manrique actuaba como pintor, escultor, arquitecto, diseñador, ecólogo y pensador. Su obra era total.
Manrique. Polímata insular
Aunque no se le suele nombrar como tal, César Manrique encarna la figura del polímata moderno. Su dominio de múltiples disciplinas —pintura, escultura, arquitectura, diseño, urbanismo, ecología, pensamiento estético— no fue acumulativo, sino integrador. Cada faceta alimentaba a las demás.
Su pensamiento tenía una dimensión ética: luchó contra la especulación urbanística, defendió un modelo de turismo perdurable y denunció la destrucción del paisaje canario. Recibió premios como la Medalla de Oro al Mérito Turístico, la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil y el Premio Mundial de Ecología y Turismo.
Manrique no fue un artista encerrado en su taller, sino un agente cultural que entendía el arte como forma de vida, resistencia y armonía.
Legado y sentido
César Manrique murió el 25 de septiembre de 1992 en un accidente de tráfico en Teguise (Lanzarote). Su muerte truncó una obra aún en expansión, pero su legado permanece como modelo de integración entre arte, ética y paisaje.
La Fundación César Manrique, ubicada en su antigua casa-estudio, conserva su obra y su pensamiento. Más allá de sus creaciones, Manrique dejó una forma de mirar: una estética del respeto, una ética de la belleza, una política del cuidado.
En tiempos de ruido y fragmentación, su figura emerge como símbolo de coherencia. Fue un artista total, un polímata volcánico, un visionario que convirtió la piedra en refugio y el arte en hogar.