Cáncer, realidad, metáfora y censura

octubre 30, 2025

El 28 de octubre de 2025, el Congreso de los Diputados español aprobó una proposición que insta a regular el uso de la palabra cáncer en el discurso público. La iniciativa, presentada por el PSOE y apoyada por todos los grupos salvo VOX (que votó en contra) y algunos diputados que se abstuvieron, pretende evitar el uso insultante o peyorativo del término, especialmente en contextos políticos y mediáticos.

La diputada Isaura Leal (véase su cara de lerda) defensora de la propuesta, argumentó que no es ético utilizar la enfermedad para insultar o desprestigiar al adversario político.

Hablamos de censura, de paternalismo institucional que, en nombre de la sensibilidad, pretende regular el lenguaje sin atender a la realidad que lo produce. No se trata de una ley con efectos jurídicos —es una proposición no de ley, sin fuerza vinculante—, pero sí de un gesto simbólico que revela una tendencia preocupante: la sustitución de la política por la retórica, de la acción por la corrección.

Cáncer. El enfermo como coartada

Lo más llamativo de esta medida es que se hace en nombre de los enfermos. Se dice que usar cáncer como metáfora de la corrupción, del odio o del fanatismo es ofensivo para quienes padecen la enfermedad. Pero ¿quién ha preguntado a los enfermos? ¿Quién ha escuchado su voz, su rabia, su humor negro, su derecho a apropiarse del lenguaje que los atraviesa?

Soy enfermo de cáncer de pulmón desde hace más de un año, y digo sin rodeos: Me importa un pito que se use la palabra como insulto o descalificación. Es más, yo la uso. Y añado: Solo son dignos los 33 diputados que han votado no. ¿Y los demás? Son un cáncer.

Este testimonio personal no es anecdótico: es una enmienda ética a la totalidad del discurso institucional. Porque no hay mayor violencia que hablar en nombre de los otros sin escucharlos. Y no hay mayor hipocresía que legislar sobre palabras mientras se recortan tratamientos, se eternizan las listas de espera y se abandona a los pacientes en pasillos de hospital.

La metáfora como campo de batalla

La metáfora no es un adorno: es una forma de pensar. Decir que la corrupción es un cáncer no es banalizar la enfermedad, sino denunciar la gravedad de un mal que corroe el cuerpo social. La metáfora no insulta al enfermo: insulta al corrupto. Y si hay algo que debería preocupar al legislador no es la metáfora, sino la corrupción misma.

Regular el lenguaje metafórico es un gesto autoritario, aunque se disfrace de empatía. Es tratar a los ciudadanos como menores de edad, incapaces de distinguir entre el uso literario y el insulto. Es confundir el respeto con la censura, la sensibilidad con la mojigatería. Y es, sobre todo, una forma de desviar la atención: mientras discutimos si se puede decir cáncer en el Congreso, nadie habla de los recortes, de la precariedad sanitaria, de la soledad de los pacientes.

El síntoma y la enfermedad

Esta proposición no de ley no es un hecho aislado. Forma parte de una deriva más amplia: la política del eufemismo, del gesto vacío, de la corrección performativa. Se legisla sobre palabras porque no se quiere legislar sobre realidades. Se protege al enfermo con retórica porque no se lo protege con recursos. Pero se combate la metáfora porque no se quiere combatir la causa.

Y en ese sentido, esta proposición es un síntoma de una política que ha perdido el contacto con la vida real, que confunde el Parlamento con un plató y la ética con la mercadotecnia. Una política que, en lugar de asumir su responsabilidad, prefiere regular el diccionario.

Contra la anestesia moral

Los enfermos no necesitamos protección frente al lenguaje sino frente al abandono. Nuestra voz, ironía y rabia lúcida son más dignas que cualquier proposición no de ley. Porque no pedimos compasión, sino respeto. No exigen silencio, sino verdad.

Decir cáncer no es el problema. El problema es usar la enfermedad como coartada para no hacer política. El problema es anestesiar el lenguaje mientras se deja que la realidad duela sin remedio. Y el problema es confundir la dignidad con la censura.

Frente a eso, lo digno es decirlo claro. Sin eufemismos. Sin miedo. Y sin dejar títere con cabeza.

El verdadero cáncer

Si algo merece ser llamado cáncer en el debate público, es la normalización de las colectas populares como sustituto de la financiación pública en investigación oncológica. Que familias, barrios, clubes deportivos y asociaciones tengan que organizar carreras solidarias, rifas o conciertos benéficos para recaudar fondos destinados a la lucha contra el cáncer no es un gesto de civismo: es una señal de abandono institucional.

La investigación médica, especialmente en enfermedades de alta prevalencia y mortalidad como el cáncer, debe ser una prioridad presupuestaria del Estado, no una causa delegada en la caridad. Cada vez que se aplaude una colecta como ejemplo de solidaridad, se oculta una negligencia estructural: el Estado no está cumpliendo su deber. Y esa omisión se disfraza de virtud.

Llamar cáncer a la corrupción es legítimo. Pero más legítimo aún es llamar cáncer a este modelo de abandono encubierto, donde el dolor se convierte en espectáculo y la solidaridad en coartada. Porque cuando el Estado se retira y deja que la enfermedad se combata con huchas y camisetas, no estamos ante una metáfora: estamos ante una metástasis política. De hdp.

Cáncer. Camiseta rosa colgada en una pared desconchada de hospital, con el mensaje “Investigación oncológica patrocinada por tu barrio”. La escena transmite abandono institucional y sarcasmo frente a la privatización sentimental de la ciencia médica

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