Hay modas lingüísticas que no nacen de la necesidad, sino de la inseguridad. Y pocas resultan tan irritantes —ni tan impostadas— como ese lo digo desde el cariño o actuó desde la ira.
Una preposición que antes cumplía su función con discreción se ha convertido, de pronto, en un barniz moral, en un salvoconducto emocional que pretende justificarlo todo. Y lo peor: se ha normalizado. Se repite sin pensar, como si el idioma fuera un escaparate de autoayuda y no un instrumento de precisión.
La impostura del desde
El problema no es la innovación —el español siempre ha mutado, siempre ha absorbido, siempre ha creado—. El problema es la falsedad. Ese desde no nace de la lengua viva, sino de la lengua acomplejada. Es un calco emocional, un intento de elevar el tono, de sonar más profundo, más introspectivo, más terapéutico. Pero lo único que consigue es diluir la acción, desdibujar la responsabilidad y convertir cualquier frase en un ejercicio de autoindulgencia.
Porque no: uno no habla desde el cariño. Uno habla con cariño. Con intención, con afecto, con voluntad. El cariño no es un punto de partida geográfico ni un estado metafísico; es un modo, una manera, un matiz. Y la lengua ya tenía la preposición exacta para eso. Cambiarla no aporta claridad: la enturbia.
Y tampoco se acomete nada desde la ira. Se acomete con ira, con furia, con rabia. La ira no es un mirador desde el que uno observa el mundo: es un combustible. Convertirla en un desde es convertirla en paisaje, en excusa, en un decorado que atenúa la responsabilidad del acto.
La coartada emocional
El desde de moda tiene un propósito inconfesado: suavizar la carga moral de lo que se dice o se hace. Lo digo desde el cariño no es una declaración de afecto; es un chaleco antibalas. Es la frase que se coloca antes de una crítica para blindarse, para evitar la réplica, para fingir una nobleza que no siempre existe. Es un mecanismo de defensa, no un gesto lingüístico.
Y acometió desde la ira es aún peor: convierte la emoción en atenuante, como si la ira fuera un lugar inevitable, un territorio al que uno es arrojado sin voluntad. La lengua, cuando se usa así, deja de describir y empieza a justificar.
La erosión de la precisión
El español posee una riqueza preposicional que permite matizar con exactitud quirúrgica. Con indica modo, compañía, instrumento. Desde indica origen, punto de partida, distancia. Confundirlas no es evolución: es descuido. Y el descuido repetido se convierte en hábito y el hábito en norma, y la norma en empobrecimiento.
La lengua no se degrada por cambios naturales; se degrada cuando renuncia a su precisión. Cuando se deja arrastrar por modas que no aportan claridad, sino afectación. Cuando se prefiere sonar profundo antes que ser exacto.
Recuperar la responsabilidad de decir
Hablar con cariño implica asumir que uno elige el tono. Acometer con ira implica reconocer que uno se deja arrastrar por ella. El con nos hace responsables; el desde nos convierte en espectadores de nuestras propias emociones. Y ahí está el verdadero problema: no es una cuestión gramatical, sino ética.
La lengua no es un refugio para eludir la responsabilidad de lo que decimos. Es, precisamente, el lugar donde esa responsabilidad se hace visible. Por eso conviene defenderla de estas modas que la vuelven nebulosa, sentimentalista y, en el fondo, cobarde.
¿Desde? Corolario
No se trata de purismo ni de nostalgia. Se trata de rigor. De llamar a las cosas por su nombre y a las acciones por su modo. De no disfrazar con espiritualidad barata lo que siempre fue claro, directo y honesto.
Hablemos con cariño. Acometamos con ira. Dejemos el desde para lo que es: un punto de partida, no una coartada emocional. Y, desde luego, ningún desde debe asumir responsabilidades de otras preposiciones.




