El poeta

abril 23, 2025

Marina Tsvetáieva

El poeta, de Marina Tsvetáieva

 

El poeta trae de lejos la palabra.
Al poeta lo lleva lejos la palabra.

Entre sí y no, por baches indirectos
de parábolas, signos, planetas,
hasta lanzándose desde el campanario
agarra un garfio, pues el camino del cometa

es el camino del poeta. Casuales eslabones
ese es su enlace. Mirar las estrellas
de nada sirve, en el calendario
no se pronostican los eclipses del poeta

él es el que desordena los naipes,
falsea el peso y las cuentas,
el preguntón en el pupitre,
el que a Kant para el arrastre deja.

El que en el pétreo foso de la bastilla
es como un árbol que crece en su belleza…
aquél de huellas siempre desaparecidas,
él que es el tren al que cualquiera
llega tarde,
su camino es el de los cometas.

El camino del poeta arde pero no calienta,
arranca pero no cría, estalla y se quiebra.
Tu camino es el de enredadas cabelleras,
no pronosticado en el calendario del poeta.

 

Sobre El poeta

Esta obra de Marina Tsvetáieva que hoy incorporamos a nuestro Poemario despliega una visión del poeta como un ser atrapado en la paradoja de ser conductor y conducido por la palabra. Tsvetáieva teje aquí una metafísica poética donde el lenguaje trasciende al individuo, convertido en vehículo de fuerzas cósmicas.

Las imágenes orbitan en torno a lo celestial y lo caótico. Este simbolismo no es decorativo: subraya la tensión entre el fulgor de la inspiración (arde pero no calienta) y su inutilidad práctica. La poeta rusa desmonta aquí el mito romántico del genio, sustituyéndolo por la figura del mártir visionario, cuyo camino arranca pero no cría.

El verso se quiebra en encabalgamientos abruptos y puntos suspensivos que replican el torbellino interior del creador. El ritmo, cercano al oráculo o la letanía, refuerza el carácter sagrado y maldito de la poesía. Tsvetáieva emplea un lenguaje que desordena los naipes de la lógica: sus metáforas son garfios lanzados al vacío para asir lo inasible.

Este poema condensa la obsesión tsvetáieviana por el arte como destino trágico. Anticipa su propio final: como el cometa de sus versos, su vida fue un arco ígneo entre la genialidad y el abismo. Hoy resuena como advertencia y canto de sirena para todo creador: la palabra salva, pero exige en pago la entrega total. En tiempos de algoritmos y escritura funcional, Tsvetáieva recuerda que la verdadera poesía sigue siendo un acto de insurrección cósmica.

Sobre Marina Tsvetáieva

Nacida en Moscú en 1892 en el seno de una familia culta —su padre fundó el Museo Pushkin—, Tsvetáieva emergió como voz rebelde de la literatura rusa. Es una de las poetas más originales del siglo XX pero su obra no fue del gusto de Stalin y del régimen comunista (cosas de estos defensores de la libertad y la democracia).Su vida fue un vórtice de exilios: tras la Revolución de 1917, huyó a Berlín, Praga y París con su marido, Serguéi Efrón, oficial de la Guardia Blanca. Regresó a la URSS en 1939, donde el régimen estalinista la condenó al ostracismo: su esposo fue fusilado, su hija enviada al Gulag, y ella, prohibida de publicar. En 1941, tras la invasión nazi, se suicidó en Yelábuga, un destino de evacuación, pero la persecución política estalinista y el colapso emocional la llevaron al suicidio.

Su obra —poemas, ensayos, teatro y memorias— fusiona intensidad lírica y ética intransigente. En obras como El poema del fin y El poeta y el tiempo, Tsvetáieva plasma su idea del arte como un acto de resistencia cósmica, donde el lenguaje —según señalan los estudios críticos— pulveriza las palabras para otorgarles un sonido nuevo y único. Para ella, la poesía no era oficio, sino grito de dolor existencial, un acelerador de la conciencia que trascendía lo político.

Marina Tsvetáieva se suicidó en Yelábuga el 31 de agosto de 1941, a los 49 años de edad.

Marina Tsvetáieva

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