En su forma más antigua, gozar evocaba una experiencia interior, casi espiritual. Gozar de buena salud, gozar de la compañía, gozar de la paz: expresiones que revelaban una relación pausada con el mundo, donde el disfrute era compatible con la mesura. El verbo se conjugaba en registros formales, con un aire de dignidad y contención.
Pero en las últimas décadas, gozar ha mutado. Su uso se ha desplazado hacia el terreno de lo festivo, lo ruidoso, lo efímero. Hoy se goza en voz alta, se goza en grupo, se goza como mandato. La expresión ¡A gozar! se ha convertido en fórmula de apertura en conciertos, fiestas populares y, sobre todo, en los omnipresentes Festivales de España, donde el reggaetón, la música urbana y el espectáculo masivo han redefinido el verano como una temporada de euforia programada.
Gozar. Del reflexivo al imperativo
Este cambio no es solo semántico: es sintáctico y pragmático. El verbo ha perdido su carácter reflexivo. Ya no se goza algo, sino que se goza porque toca, porque el entorno lo exige. En muchos casos, el sujeto desaparece y el verbo se convierte en consigna: ¡A gozar!, Esto se goza, Se gozó muchísimo.
La forma impersonal refuerza la idea de obligación emocional. El hablante no describe una vivencia, sino que se somete a una expectativa colectiva. El goce ya no es elección, sino norma. En este contexto, el verbo se vuelve ritual: no se usa para comunicar una experiencia, sino para cumplir con una expectativa social.
Registros, contextos y banalización
En el español contemporáneo, gozar ha colonizado registros informales, especialmente en redes sociales, publicidad y medios de entretenimiento. Su uso se ha vuelto hiperbólico: Gozamos cada segundo, Gózalo sin límites, Gozar es vivir. Estas fórmulas diluyen el significado original y lo sustituyen por una promesa de intensidad constante.
La banalización no es solo lingüística, también es cultural. En los Festivales de España, el verbo se repite como mantra, desvinculado de cualquier contenido real. Se goza por protocolo, por presión social, por miedo al aburrimiento. El lenguaje se convierte en ruido y el verbo en eslogan. En este paisaje, el papanatismo emocional encuentra terreno fértil: se celebra sin saber qué, se aplaude sin escuchar, se goza sin sentir.
Gozar. ¿Es posible recuperar el matiz?
Recuperar el verbo gozar no implica rechazar la fiesta ni idealizar el pasado. Implica devolverle al lenguaje su capacidad de distinguir. Porque si todo se goza, nada se goza realmente. Y si el goce se mide por decibelios, entonces el silencio ha dejado de tener valor.
En la escritura, en la conversación pausada, en el disfrute de una lectura o de una imagen bien elegida, gozar puede volver a significar algo más que agitación. Puede recuperar su vínculo con el tiempo, con la atención, con el sentido. Puede volver a ser verbo de plenitud, no de consigna.