Texto íntegro de Aguafuerte, de Rubén Darío
De una casa cercana salía un ruido metálico y acompasado. En un recinto estrecho, entre paredes llenas de hollín, negras, muy negras, trabajaban unos hombres en la forja. Uno movía el fuelle que resoplaba, haciendo crepitar el carbón, lanzando torbellinos de chispas y llamas como lenguas pálidas, áureas, azulejas, resplandecientes. Al brillo del fuego en que se enrojecían largas barras de hierro, se miraban los rostros de los obreros con un reflejo trémulo. Tres yunques ensamblados en toscas armazones resistían el batir de los machos que aplastaban el metal candente, haciendo saltar una lluvia enrojecida.
Los forjadores vestían camisas de lana de cuellos abiertos y largos delantales de cuero. Alcanzábaseles a ver el pescuezo gordo y el principio del pecho velludo, y salían de las mangas holgadas los brazos gigantescos, donde, como en los de Anteo, parecían los músculos redondas piedras de las que deslavan y pulen los torrentes. En aquella negrura de caverna, al resplandor de las llamaradas, tenían tallas de cíclopes. A un lado, una ventanilla dejaba pasar apenas un haz de rayos de sol. A la entrada de la forja, como en un marco oscuro, una muchacha blanca comía uvas. Y sobre aquel fondo de hollín y de carbón, sus hombros delicados y tersos que estaban desnudos hacían resaltar su bello color de lis, con un casi imperceptible tono dorado.
Sobre Aguafuerte
Incorporamos hoy a nuestra colección de Microrrelatos, este que despliega el genio modernista de Rubén Darío mediante una alquimia de contrastes. Ambientado en una forja de paredes tiznadas y hombres sudorosos que martillean hierro al rojo, el texto construye un microcosmos donde la fealdad industrial choca con un instante de pureza: la aparición de una joven vestida de blanco, cuya piel ilumina brevemente la escena como un relámpago en la noche.
El relato, incluido en algunas ediciones de Azul (1888), ejemplifica la revolución estética modernista: aquí no importa el argumento, sino la sinestesia —hollín que se huele, metales que suenan, claridad que deslumbra— y el simbolismo de una belleza frágil frente al mundo material. Darío esculpe cada frase como un orfebre, usando adjetivos inesperados (azulejas para describir llamas) y ritmos que imitan el martilleo constante de la forja.
Aguafuerte —título que evoca el grabado en metal— refleja la obsesión de Rubén Darío por fijar lo efímero. La joven no tiene nombre ni historia; es un fragmento de eternidad que el poeta captura antes de que el sudor y el carbón la borren. Esta tensión entre lo perdurable y lo fugaz será clave en su obra posterior, donde la poesía se erige como único refugio contra el caos de la modernidad.
Sobre Rubén Darío
¿Quién no conoce a Rubén Darío? Daremos, no obstante unas pinceladas a modo de mínima semblanza para no hacer demasiado extensa esta entrada:
Rubén Darío, nacido en Metapa (Nicaragua) el 18 de enero de 1867, revolucionó la poesía en español como máximo exponente del modernismo.
De nombre real Félix Rubén García Sarmiento, adoptó el apellido Darío de su familia paterna. Niño precoz, publicó su primer poema a los 13 años. Su obra cumbre, Azul (1888), fusionó símbolos parnasianos y musicalidad simbolista, sentando las bases del movimiento. Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905) consolidaron su legado: cosmopolitismo, innovación métrica y una estética que influyó en generaciones, desde la del 98 española hasta vanguardistas.
Rubén Darío falleció en León (Nicaragua), el 6 de febrero de 1916, a los 49 años de edad.