Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Julio Cortázar.
La frase no es una declaración de amor directa, sino una relectura melancólica del encuentro. Cortázar la inscribe en un contexto de pérdida, de memoria afectiva, donde el amor no se presenta como posesión ni como certeza, sino como una forma de deriva compartida. El andar no implica búsqueda activa, sino una disposición existencial al cruce, al reconocimiento mutuo, a la intuición de que el otro está en el camino, aunque no se sepa cuándo ni cómo.
Andábamos para encontrarnos. Sincronía, no destino
Cuando Cortázar escribió Rayuela en los años sesenta, lo hizo desde París, que le ofrecía distancia crítica y libertad formal. La frase refleja una sensibilidad que se aleja del amor romántico convencional y se acerca a una poética del azar, del encuentro como fenómeno que no se elige, sino que se revela.
En el contexto de la novela, marcada por el existencialismo, la fragmentación y la búsqueda de sentido, esta frase funciona como una síntesis de la tensión entre el deseo de conexión y la imposibilidad de poseer al otro.
No hay idealización ni promesa: hay una conciencia lúcida de que el amor, si ocurre, lo hace en el cruce de dos trayectorias que no se buscaban, pero que estaban dispuestas a encontrarse. Es una forma de resistencia ante la lógica del control emocional, una apertura al misterio del vínculo humano.
Lectura actual: entre la deriva y el algoritmo
En el presente, la frase ha sido absorbida por la cultura popular, citada en redes, tatuada, convertida en emblema romántico. Pero su sentido no ha perdido vigencia. En una época marcada por la hiperplanificación afectiva, los algoritmos de compatibilidad y los vínculos mediados por tecnología, esta idea de andar para encontrarse sin buscarse explícitamente resuena como alternativa poética.
No se trata de nostalgia ni de idealismo, sino de una reivindicación del encuentro genuino, no programado, no instrumentalizado. La frase invita a pensar el vínculo como una forma de sincronía, no de destino; como una apertura al otro sin mapa, sin cálculo, sin garantía. Y en ese gesto, Cortázar sigue ofreciendo una ética del amor que desafía tanto la cursilería como el cinismo.
Cortázar: el escritor que desarmó la novela
Julio Cortázar (1914–1984) nació en Bruselas, creció en Argentina y se exilió voluntariamente en Francia. Su obra desbordó géneros y convenciones: reinventó el cuento, desarmó la novela, mezcló poesía, ensayo y crónica con una libertad que desafiaba las estructuras literarias. Rayuela fue su gran experimento: una novela que podía leerse en múltiples órdenes, que rompía la linealidad y proponía al lector como cómplice activo.
Pero no fue solo un renovador formal. Su literatura mantuvo siempre una tensión entre lo lúdico y lo ético, entre lo fantástico y lo real, entre el juego y la conciencia.
La frase que nos ocupa no es solo una línea bella. Es también una síntesis de su mirada sobre el encuentro humano, sobre el amor como forma de revelación, sobre la vida como deriva compartida. Y sigue siendo, hoy, una brújula para quienes prefieren andar con el corazón abierto, aunque sin mapa.
¡Andábamos para encontrarnos!