¿Qué fue el asedio de Melilla (1774-1775)?
Desde luego no fue un episodio aislado, sino la expresión de un Mediterráneo convulso, donde las ambiciones del sultán de Marruecos se cruzaban con la presencia española en el norte de África y con la sombra de Inglaterra, siempre dispuesta a debilitar la posición hispánica.
La plaza de Melilla, pequeña en extensión pero enorme en significado, se convirtió en el escenario donde se midieron fuerzas imperiales y se puso a prueba la resistencia de una guarnición escasa frente a un ejército muy superior en número.
Asedio de Melilla. Origen
El asedio de Melilla tuvo su causa en la ambición del sultán Mohammed ben Abdalah (Mohammed III) de recuperar las plazas españolas del norte de África, alentado por el precedente de Mazagán y sostenido por el apoyo británico y argelino.
Tras exigir a Carlos III la entrega de las fortalezas, la negativa española precipitó el ataque. La ofensiva, iniciada en diciembre, buscaba afirmar el poder del sultán y debilitar la presencia hispánica, pero la resistencia dirigida por Juan Sherlock transformó aquella amenaza en un episodio de soberanía y dignidad.
La defensa de la plaza
Nombrado por Carlos III como Comandante General de Melilla, Juan Sherlock asumió la responsabilidad de sostener la ciudad durante los cien días de asedio. Su liderazgo se caracterizó por la sobriedad y la firmeza: organizó la defensa con disciplina, reforzó las murallas y mantuvo la moral de los soldados en condiciones extremas.
Frente a los cañones marroquíes y la presión constante de un enemigo que contaba con artilleros británicos y contingentes argelinos, Sherlock supo convertir la precariedad en resistencia.
El desenlace y su significado
El sitio se levantó en marzo de 1775, cuando los refuerzos enviados desde la Península permitieron consolidar la defensa y obligaron al ejército marroquí a retirarse.
La victoria no fue solo militar: fue también simbólica. Melilla se mantuvo como enclave español y la defensa se convirtió en un acto de afirmación de soberanía y dignidad en un momento en que las fronteras mediterráneas estaban en disputa.
Esto también es historia que merece recordarse con honor y firmeza, aunque no haya memoria legal y obligada.
Juan Sherlock, símbolo de fidelidad
La figura de Sherlock trasciende la biografía individual. Irlandés de origen, católico y soldado del Regimiento Ultonia, encarna la tradición de los extranjeros que encontraron en España un destino y una causa.
Su nombre quedó ligado para siempre a Melilla, donde el monumento que reproducimos en la imagen, recuerda su papel en la defensa de la ciudad. Más allá de la piedra y la inscripción, su legado es el de un militar que supo unir rigor táctico y convicción moral y que ofreció a la historia de España un ejemplo de lealtad y firmeza.
Asedio de Melilla. Memoria justa
El sitio de Melilla merece narrarse con altura porque muestra cómo la historia de España se sostiene en episodios de resistencia que rehúyen la complacencia y la rutina.
La defensa dirigida por Sherlock no fue un gesto aislado, sino parte de una continuidad que afirma la dignidad de contar la historia con verdad. Recordar aquel asedio es reconocer que incluso en los márgenes del imperio se libraron batallas decisivas para la persistencia de España en el Mediterráneo.




