Me alegré de saber la verdad y a la vez me avergoncé de haber estado ladrando tantos años, no contra la fe católica sino contra lo que mi equivocación atribuía a la fe católica. San Agustín
Refleja tanto el sentimiento positivo de descubrir la verdad como el arrepentimiento por haber criticado erróneamente la fe católica. El título sugiere un momento de epifanía y transformación personal, típico en la vida y obras de San Agustín.
La sentencia se gestó entre los siglos IV y V (que son los que vivió el santo de Tagaste) pero no sería necesario cambiar nada para que pudiéramos atribuirla a algún pensador o político o magnate actual. ¡Ah, no, que esos nunca tienen ni han tenido errores!
Y sería necesario cambiar dos palabras por una solo para cerciorarnos de que se estaba produciendo el regreso a los propios principios del derecho natural.
Alivio y vergüenza. Reflexiones
La frase no es solo una reflexión sobre la transformación espiritual y su comprensión más profunda de la fe católica. También evidencia un recorrido que se inicia con la ignorancia, continúa con la manipulación de los maniqueos y concluyen con el conocimiento directo de las cosas.
San Agustín, uno de los padres de la Iglesia más influyentes, vivió entre los años 354 y 430 d.C. Antes de su conversión, fue seguidor del maniqueísmo y un feroz crítico del cristianismo. Esta frase nos permite vislumbrar el profundo cambio interior que experimentó.
Al decir Me alegré de saber la verdad, Agustín expresa el alivio y la satisfacción de haber encontrado finalmente respuestas a sus búsquedas filosóficas y espirituales. Es un momento de iluminación, de descubrimiento de una verdad que había estado buscando durante mucho tiempo.
Sin embargo, este gozo viene acompañado de vergüenza, como él mismo admite. Esta vergüenza nace del reconocimiento de sus errores pasados, de haber atacado injustamente lo que ahora comprende como verdadero. La metáfora de haber estado ladrando es particularmente evocadora, sugiriendo ataques verbales agresivos e irracionales contra la fe católica.
Lo más revelador de esta confesión es la distinción que hace Agustín entre la fe católica y lo que mi equivocación atribuía a la fe católica. Aquí reconoce que sus críticas anteriores se basaban en malentendidos y percepciones erróneas, no en la verdadera doctrina católica. Esta distinción muestra una comprensión de cómo nuestros prejuicios y malentendidos pueden llevarnos a oponernos a ideas que, una vez comprendidas correctamente, podríamos abrazar.
Corolario
Y es que, efectivamente lo que san Agustín llama generosamente malentendidos y percepciones erróneas, en la actualidad eso se llama la factoría más grandes de mentiras, bulos, fangos, lodos, cohonestadores, posverdades y todo lo similar que a ustedes se les ocurra sobre los criminales del globalismo internacional, de la mentira climática antropogénica y de sus negocios aniquiladores de negocios -y vidas- ajenas. ¿Alivio y vergüenza? Ni alivio ni vergüenza.
La frase de Agustín sigue siendo relevante hoy en día. Nos invita a reflexionar sobre nuestros propios prejuicios y malentendidos, a estar abiertos a reconsiderar nuestras creencias arraigadas y a buscar la verdad con humildad. Ilustra el proceso de conversión y transformación personal, destacando cómo el encuentro con la verdad puede ser a la vez alegre y doloroso, liberador y humillante.
En última instancia, las palabras de Agustín son un testimonio de humildad intelectual y crecimiento espiritual. Nos recuerdan que el camino hacia la verdad a menudo implica reconocer y corregir nuestros errores, y que este proceso, aunque a veces vergonzoso, puede conducir a una alegría y comprensión más profundas.
NOTA. Estamos a su disposición para todo cuanto deseen comentar en hablar@hablarydecir.com y en hablarydecir@gmail.com