Blanca Varela
Es fría la luz, de Blanca Varela
Es fría la luz de la memoria
lo apenas entrevisto brilla
con insistencia
gira buscando el casco de botella
o el charco de lluvia
tras cualquier puerta que se abre
está la luna
tan grande y plana
tan fuera de lugar
como si de un cuadro se tratara
óleo sobre papel
endurecido por el tiempo
así cayeron en la mente
formas y colores
casualidades
azar que anuda sombras
vuelcos en la negra marmita
donde a borbotones
se cuecen gozo y espanto
crece el yeso de un cielo
mil veces lastimado
mil veces blanqueado
se borra el mundo y se vuelve
a escribir
hasta el último aliento
solo esto
eternidad aparente
mísera astilla de luz en
la entraña
del animal
que apenas estuvo.
Sobre Es fría la luz
El poema Es fría la luz condensa la poética tardía de Blanca Varela: despojada, lúcida, sin concesiones. La luz no es revelación ni consuelo, sino una astilla que hiere sin redimir. No hay sujeto lírico definido, sino una conciencia que observa cómo los restos del mundo —formas, colores, objetos triviales— caen en la mente como residuos de una experiencia que no puede reconstruirse.
La sintaxis quebrada y la puntuación mínima refuerzan la sensación de pensamiento fragmentado. El ritmo no se apoya en la métrica, sino en la cadencia de una conciencia que se interroga sin esperanza. La luna, tan fuera de lugar, funciona como símbolo de lo irreal incrustado en lo cotidiano: una imagen pictórica endurecida por el tiempo, como la memoria misma.
El poema no busca belleza ni redención. Convoca objetos sin valor simbólico aparente —charcos, cascos de botella, yeso— que adquieren densidad emocional. El cuerpo aparece al final como el animal que apenas estuvo: no hay épica del yo, sino su disolución. El lenguaje se convierte en residuo, en cicatriz, en mísera astilla.
El poema representa una forma de resistencia: renuncia al ornamento, al lirismo fácil, a la ilusión de sentido. Es poesía como pensamiento encarnado, como ética del despojamiento. No busca gustar, sino decir lo que no puede decirse.
Sobre Blanca Varela
Blanca Varela (Lima, 1926–2009) es una de las voces más radicales y exigentes de la poesía hispanoamericana. Su obra se caracteriza por una depuración extrema del lenguaje, una renuncia al yo lírico como centro y una exploración constante de los límites entre cuerpo, palabra y silencio. No escribe para gustar ni para consolar: escribe para decir lo que no puede decirse.
Formada en Letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, vivió en París, Florencia y Washington. En París, entró en contacto con el círculo de Sartre, Beauvoir, Michaux y Octavio Paz, quien impulsó su primera publicación. Sin embargo, nunca se dejó absorber por ninguna escuela ni corriente.
Desde Ese puerto existe (1959) hasta Como Dios en la nada (1999), su poesía se fue despojando de todo exceso. Cada libro es más breve, más cortante, más esencial. No hay concesiones al lirismo ni a la belleza decorativa. Su lenguaje es el de quien ha visto demasiado y ya no necesita fingir.
Sus temas centrales son la memoria como residuo, el cuerpo como lugar de la herida, el lenguaje como astilla, la muerte como horizonte sin dramatismo y la lucidez como forma de resistencia. La experiencia personal —como la muerte de su hijo Lorenzo— se filtra en su obra sin confesión ni sentimentalismo.
Recibió el Premio Octavio Paz, el Reina Sofía y el García Lorca, pero se mantuvo al margen del circuito literario. Su vida fue discreta, su obra es una ética del silencio. No hay épica ni redención: hay restos, cicatrices, pensamiento encarnado.
Blanca Varela falleció en Lima, el 12 de marzo de 2009, a los 82 años de edad.
Sin embargo, como quien no busca lugar pero deja huella: bienvenida al Poemario, Blanca.