¿Fallecer o morir?

diciembre 27, 2024

Exordio

¿Alguna vez se han preguntado qué chocante mecanismo mental hace que cuando nos referimos a una persona extraña solemos usar el verbo morir y cuando se trata de alguien cercano nos inclinamos por fallecer?

¿Fallecer o morir? Etimología

Aquí, lógicamente, observamos la primera diferencia.

Fallecer. Procede de un incoativo del latín fallĕre, engañar, quedar inadvertido.

Morir. Del latín vulgar morīre, y del latín mori.

Significados

Acudiendo al oráculo del español, vemos, sin embargo que la primera acepción de fallecer es morir, sin paliativos, por lo que quizá hayamos de considerar la condición de palabras totalmente sinónimas. Y, es, precisamente tal acepción la única de las seis que ofrece el diccionario que está completamente viva (el resto son poco usadas o desusadas).

En el sentido que ahora nos interesa, contemplamos una sola acepción del verbo morir: Llegar al término de la vida. Siendo sus sinónimos: fallecer, expirar, perecer, fenecer, sucumbir, finar, quedarse, apagarse, irse, acabar, pasar, palmar, cascar, espichar, despichar, caer, pelarse, petatearse, sonar, ñampiarse, jetearse, marchar, piantarse y descoñetar.

Así pues, fallecer es morir y morir es fallecer.

Fallecer o morir. Diferencias

Ya está visto que, en esencia, ambos verbos describen el mismo acontecimiento: el cese de las funciones vitales. Sin embargo, la riqueza del lenguaje español nos permite matizar este momento trascendental.

Morir es directo, casi brutal en su simplicidad. Es el verbo de la calle, de la conversación cotidiana, que no esquiva la dureza de la realidad. Cuando decimos se murió, la frase suena descarnada, sin adornos. Representa la muerte en su estado más puro y objetivo.

Fallecer, en cambio, es un término que viste la muerte con un traje de etiqueta. Suaviza el golpe, introduce distancia, genera un espacio de contemplación respetuosa. Es lo mismo pero no suena igual decir mi padre murió que mi padre falleció. La segunda expresión contiene un halo de dignidad, de reconocimiento.

Por lo expuesto anteriormente, tendemos a usar fallecer para quienes nos importan y morir para quienes nos resultan más distantes. Es un mecanismo psicológico de protección, una forma de amortiguar el dolor, de convertir lo abrupto en algo más llevadero.

La muerte, al fin y al cabo, sigue siendo un misterio que el lenguaje intenta desentrañar, ora con la crudeza de morir, ora con la suavidad de fallecer.

Corolario

En una sociedad robusta, consciente y con criterio (obviamente no hablamos de la actual) el revestimiento de ciertas palabras con trajes a medida para sonar diferente de lo que son en la realidad, sería totalmente excepcional. Efectivamente, los dos verbos de los que no estamos ocupando ahora son ancestrales y han convivido sin tensiones pero en los últimos tiempos han sido objeto de una manipulación semántica que distorsiona la realidad.

Posdata para el sultán del albañal, un tal Sánchez Pérez no sé qué: La mayor parte de las víctimas de la gota fría de Valencia del 29 de octubre no fallecieron sino que la incompetencia, la inacción, el cálculo político, el propio sistema y la maldad les asesinó. Y tampoco fallecen las víctimas del otro terrorismo porque fallecer es algo natural y el terrorismo esperemos que nunca lo sea.

En una sociedad saludable, las palabras deberían mantener su integridad semántica, sirviendo como herramientas precisas para la comunicación y el entendimiento mutuo. Sin embargo, en el contexto actual, vemos cómo ciertos términos se redefinen estratégicamente para servir a agendas particulares, erosionando así la claridad del discurso público y, por extensión, la capacidad de la sociedad para abordar correcta y directamente sus desafíos.

Como decía Heráclito: Nada es, todo cambia. Y ni Sánchez, ni el comunismo, ni el wokismo, ni la majadería son permanentes ni inmutables. Todo cambia.

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