Fárrago

Habitualmente utilizamos el adjetivo farragoso para describir aquello que contiene o está lleno de confusión, resulta desordenado o es difícil de entender debido a la acumulación caótica de elementos. Así pienso en cualquier telediario (todos) de los que alaban sin vergüenza las grandezas del ilegítimo presidente del Gobierno español, mientras insinúan que Trump es un adolescente que se mueve a ritmo de ocurrencias. Sí, me refiero a esos informativos que, cuando hace un poco más de frío de lo habitual a mediados de abril, dejan de recrearse en el cambio climático, aunque, eso sí, volverán a torturarnos con el tema en cuanto llegue el calor propio de la época. Eso es farragoso, pero ¿y fárrago, qué es?

Fárrago. Etimología y significado

Fárrago es un sustantivo masculino que designa a una mezcla desordenada de cosas o ideas, generalmente de escaso valor o utilidad. Su origen está en el latín farrago, término que designaba una mezcla de cereales destinada al forraje y que, ya en la Antigüedad, se empleó en sentido figurado para describir compilaciones caóticas o popurrís, como puede verse en las obras de autores clásicos como Varrón, Virgilio y Juvenal.

El diccionario oficial contempla dos acepciones:

  • Cúmulo de ideas o expresiones confusas, inconexas o superfluas.
  • Montón de cosas desordenadas.

Y señala como sinónimos a revoltijo, maremágnum, caos, amontonamiento, barullo, lío y desbarajuste.

En español, la palabra se ha mantenido como cultismo, pero su uso es hoy muy escaso y, por eso, nos lanzamos con convicción a rescatarla del olvido que genera su desuso.

Necesidad del rescate

Resulta conveniente y justificado por varias razones de rigor lingüístico y comunicativo. En primer lugar, porque aporta precisión léxica: nombra de forma concisa y exacta un fenómeno frecuente en la vida intelectual y cotidiana, el de la acumulación caótica de elementos, ideas o datos. Pese a los sinónimos fárrago tiene un matiz culto y exacto que enriquece la expresión y permite distinguir entre el simple desorden y la mezcolanza abrumadora de elementos superfluos o inconexos.

En segundo lugar, el hecho de que farragoso esté plenamente vigente demuestra que el concepto sigue siendo necesario y relevante en la lengua actual. La ausencia del sustantivo fárrago empobrece el repertorio expresivo, obliga a rodeos o a emplear términos menos precisos y rompe la simetría natural entre sustantivo y adjetivo. La recuperación de fárrago permitiría un uso más coherente y completo del campo semántico, facilitando la claridad y la economía del lenguaje.

Desde una perspectiva etimológica e histórica, rescatar fárrago es también una forma de mantener viva la herencia cultural y literaria del español, que ha sabido integrar cultismos y voces de raigambre clásica para expresar matices complejos y realidades intelectuales. El empleo de fárrago en textos actuales no solo revitalizaría el léxico, sino que fomentaría la precisión conceptual y la riqueza estilística, valores fundamentales en la comunicación escrita y oral.

En definitiva, el rescate no solo es deseable, sino que responde a una necesidad de exactitud y elegancia en el uso del español.

Rescatando a fárrago

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