En el Madrid de los años cincuenta, aún marcado por la posguerra, se movía un personaje que parecía sacado de una novela de decadencia aristocrática. José María Jarabo Pérez-Morris era un hombre de buena cuna, educado en el prestigioso colegio Nuestra Señora del Pilar, hijo de un abogado y sobrino del presidente del Tribunal Supremo, Francisco Ruiz Jarabo.
Su vida, sin embargo, tomaría un rumbo tan oscuro como extravagante. La relatamos en un nuevo capítulo de Criminales y otros delincuentes.
José Mª Jarabo ‘El Pildorita’. Sus orígenes
Tras la Guerra Civil, su familia se exilió a Puerto Rico. Allí, Jarabo abandonó los estudios, se casó y tuvo un hijo, pero su carácter errático y su inclinación por los excesos lo llevaron a prisión en Estados Unidos por delitos relacionados con la pornografía y las drogas.
Cuando regresó a España en 1950, lo hizo con una fortuna de diez millones de pesetas, que dilapidó en apenas unos años entre fiestas, alcohol, cocaína y mujeres. Se convirtió en un habitual de los locales más selectos de Madrid, siempre con trajes impecables, derrochando dinero y afectando modales de caballero inglés. Su apodo, El Pildorita, hacía referencia a su afición por las pastillas y los narcóticos.
La joya, la amante y el chantaje
En 1957 conoció a Beryl Martin Jones, una inglesa casada con la que inició una relación apasionada. Para financiar sus excesos, Jarabo y Beryl empeñaron una sortija de brillantes en la casa de empeños Jusfer, propiedad de Emilio Fernández y su socio Félix López. Cuando Beryl exigió la devolución de la joya, Jarabo intentó recuperarla, pero los prestamistas le exigieron más dinero y, además, lo chantajearon con una carta comprometedora que él mismo había escrito. Fue entonces cuando decidió que la única solución era eliminar a quienes lo extorsionaban.
La espiral de sangre
El 19 de julio de 1958, Jarabo se presentó en el domicilio de Emilio Fernández. Allí se encontraba Paulina Ramos, la criada, a quien asesinó brutalmente con una plancha y un cuchillo para evitar testigos. Luego mató a Emilio de un disparo en la nuca mientras se encontraba en el baño. Cuando llegó Amparo Alonso, la esposa embarazada de Emilio, Jarabo se hizo pasar por inspector de Hacienda y, tras una breve conversación, la asesinó también de un disparo. Pasó la noche en el piso, manipuló la escena para simular un crimen pasional y se cambió de ropa ensangrentada.
Al día siguiente, se dirigió a la tienda Jusfer en busca de la joya y la carta. Allí se encontró con Félix López, a quien también asesinó de dos disparos en la nuca. Sin embargo, no logró encontrar ni la sortija ni la carta. Su plan, aunque meticuloso en apariencia, estaba lleno de errores. Dejó rastros, testigos indirectos y, sobre todo, una prenda ensangrentada que acabaría delatándolo.
El juicio como espectáculo
Fue detenido el 22 de julio. Confesó los crímenes sin arrepentimiento, salvo por las muertes de las mujeres. El juicio comenzó el 29 de enero de 1959 y se convirtió en un espectáculo mediático.
Jarabo acudía cada día con un traje nuevo, saludaba con cortesía y pronunciaba frases que parecían sacadas de una obra de teatro. No sé si soy un psicópata o no. Ni me importa. Lo único que sé es que soy el autor de cuatro muertes: dos quizás un poco más justificadas, aunque, en realidad, ninguna puede serlo, dijo ante el tribunal.
El último garrote vil
Le condenaron a cuatro penas de muerte por asesinato con alevosía y premeditación. El 4 de julio de 1959, fue ejecutado por garrote vil en la prisión de Carabanchel. Su ejecución fue lenta y dolorosa.
Jarabo se convirtió en el último ajusticiado por la justicia ordinaria en España mediante ese método.
José Mª Jarabo ‘El Pildorita’. Fascinación y horror
Su historia se dramatizó en la serie La huella del crimen, dirigida por Juan Antonio Bardem y protagonizada por Sancho Gracia. La revista El Caso cubrió el crimen con una tirada récord y su figura quedó grabada como el símbolo de una España que, además de orden y moral, escondía pasiones, excesos y tragedias..