En los últimos años, el lenguaje deportivo ha incorporado una nomenclatura que antes pertenecía al ámbito militar o empresarial: primera unidad, segunda unidad o tercera unidad. Lo que antes se llamaba titulares y suplentes ha sido sustituido por una terminología aparentemente neutral, pero jerárquica.
Primera unidad. Origen y sentido
El término proviene del inglés first unit, usado en el deporte estadounidense para referirse al grupo inicial que entra en juego. Esta nomenclatura se extendió por su claridad funcional: no habla de mejores o peores, sino de grupos operativos.
De la cancha al discurso
En deportes como el baloncesto, esta clasificación surgió para describir los grupos que entran en juego en distintos momentos del partido. La primera unidad es el conjunto inicial, el núcleo estratégico; la segunda es el relevo, el apoyo, la reserva. Esta lógica se ha extendido al fútbol, al rugby, incluso a la política y la producción audiovisual.
La adopción del término unidad responde a una necesidad de organización funcional, pero también a una voluntad de evitar el lenguaje emocional o peyorativo. Decir suplente implica una carencia; decir segunda unidad sugiere una función. El cambio no es solo semántico: es ideológico. Se trata de nombrar sin herir, de jerarquizar sin declarar.
El poder de la neutralidad
Este lenguaje transforma la percepción del mérito y la visibilidad. Al hablar de unidades, se disuelve la figura individual en una estructura operativa. El jugador deja de ser el que no juega para convertirse en parte de la segunda unidad. La invisibilidad se vuelve funcional. En el ámbito empresarial, ocurre lo mismo: los equipos se dividen en unidades de negocio, unidades de innovación, unidades de soporte. La jerarquía se camufla en la neutralidad del término.
Pero esta neutralidad es engañosa. La primera unidad sigue siendo la que tiene más minutos, más foco, más narrativa. La segunda es la que espera, la que rota, la que aparece cuando falta la primera. El lenguaje técnico no elimina la desigualdad: la organiza. Y al hacerlo, la legitima.
Primera unidad y eficiencia
La popularización de este lenguaje responde también a una estética de la eficiencia. Así, el entrenador ya no dice los suplentes están molestos; dice la segunda unidad necesita más ritmo. El periodista ya no afirma que los titulares se imponen; señala que la primera unidad marca el tono del partido. La gramática cambia, pero el fondo permanece.
Este fenómeno no es exclusivo del deporte. En la política, se habla de primera línea y segunda línea para referirse a los dirigentes visibles y a los operadores discretos. En el cine, la segunda unidad es el equipo que filma escenas secundarias, sin actores principales. Además, en todos los casos, el lenguaje técnico permite administrar la jerarquía sin nombrarla como tal.
Epílogo: nombrar es ordenar
La expresión primera unidad no es inocente. Es una forma de ordenar el mundo sin parecer autoritario. Es el triunfo de la jerarquía silenciosa, del mérito implícito, de la visibilidad administrada. En el deporte, como en la empresa y en la política, el lenguaje técnico pretende transformar la forma en que entendemos el lugar que ocupamos (muy a nuestro pesar).
En definitiva, continúa el intento persistente de no llamar a las cosas por su nombre. Y los nombres que se imponen brotan del papanatismo menos ilustrado que cabe imaginar.




