La letra O no se escribe: se traza. No se pronuncia: se abre. Es la única vocal que se dibuja como suena y suena como se dibuja. Redonda, plena, sin aristas ni escorzos, la O es tambor y boca, rueda y óculo, eco y asombro. En ella resuena el mundo antes de ser nombrado: el grito, el canto, el hueco, el centro. Es la vocal del estupor y del rito, del lamento y del júbilo.
Cuando el lenguaje se queda sin palabras, dice ¡Oh! Cuando el cuerpo se estremece, gime oooh. La O es la vocal del alma cuando se expande.
Con ella seguimos nombrando el alfabeto con motes: la más redonda, la O.
O, la redonda que resuena
En latín, la O era la quinta vocal, pero también la más ritual. O tempora, o mores! decía Cicerón, invocando el tiempo y la costumbre con una doble apertura. En griego, la Ω (omega) cerraba el alfabeto como un portal final, mientras la Ο (ómicron) marcaba la medida breve. En árabe, la redondez de la waw evoca la continuidad. Y en hebreo, la letra ayin, aunque muda, se representa como un ojo abierto.
La O es siempre algo que mira o que se deja mirar.
En la escritura medieval, la O se iluminaba como un medallón: los copistas la decoraban con rostros, bestias o escenas bíblicas. Era ventana y marco, signo de entrada. En la tipografía renacentista, la O se volvió proporción pura: círculo inscrito en cuadrado, equilibrio entre forma y vacío. En la caligrafía japonesa, el ensō —círculo pintado de un solo trazo— representa la iluminación, la plenitud, el instante.
Lingüísticamente, la O es vocal media posterior, redondeada y sonora. Su emisión exige apertura sin tensión, como quien deja salir el aire sin freno. Es la vocal del canto gregoriano, del coral barroco, del flamenco profundo. En español, aparece en palabras que se expanden: sol, voz, flor, oro, toro, todo. Es la vocal del centro y del exceso, del cuerpo y del cosmos.
En la poesía es invocación. ¡Oh noche oscura del alma!, escribe San Juan de la Cruz. Oh llama de amor viva, Oh soledad sonora, Oh muerte, cuánto daño haces, Oh luna, tú que sabes. La O es la sílaba del asombro, del duelo, del deseo. No explica: convoca.
O, el hueco que contiene
La letra O es redonda, abierta, sonora, como un tambor que no golpea sino que vibra. Es el hueco que contiene, el círculo que no encierra, la boca que no muerde. En ella caben el mundo y su eco, la palabra y su silencio. La O es el principio de lo otro, el centro de lo todo, la vocal que no se cierra.
Por eso la moteamos la redonda: porque no tiene esquinas, porque suena sin herir, porque abre sin romper. Porque en su forma y en su sonido hay algo que no se agota: una resonancia antigua, un latido sin fin.