Luc André Diouf Dioh no es un diputado: es una categoría parlamentaria. No representa a Las Palmas, ni al PSOE, ni siquiera a Senegal. Representa la extranjería ilegal como causa única, como tótem discursivo, como monopolio temático.
Su biografía, su condena penal, su discurso monocorde, su torpeza con el español y su utilidad simbólica lo convierten en un caso de estudio sobre cómo se construye un mito político desde la necesidad de relato, no desde la competencia legislativa.
Diouf, de turista irregular a ministro del racismo
Nacido en Joal-Fadiouth (Senegal) en 1965, Diouf llegó a España en 1992 con visado de turista. No en patera, no en cayuco, no en situación de emergencia. Simplemente, se quedó. Vivió 42 días en la playa, contrajo neumonía, fue hospitalizado y ayudado por una enfermera. Desde ahí, camarero, sindicalista en CCOO, técnico informático y, finalmente, diputado.
Pero hay un dato que el PSOE prefiere silenciar: en 2005, Diouf fue condenado por agresión física grave. Patadas, perforación timpánica, pérdida de audición. Lo admitió en juicio. La condena lo inhabilitó temporalmente para sufragio pasivo. ¿Rehabilitación? Tal vez. ¿Transparencia? Ninguna.
La construcción de un mito político
Diouf , el ministro del racismo, ha sido presentado como símbolo del ascenso desde la marginalidad, el emigrante que pasó de dormir en la playa a legislar en el Congreso. Pero esta narrativa, repetida hasta la saciedad, revela una operación editorial más que una biografía fiel: la construcción de un mito político.
El relato oficial lo convierte en emblema de la migración irregular, del sí se puede institucional, del redimido por el sistema. Sin embargo, la verdad biográfica se sacrifica por la utilidad simbólica: Diouf no llegó en patera, sino con visado de turista; no fue víctima de naufragio, sino de neumonía; no fue rescatado por Salvamento Marítimo, sino por una enfermera. Su condena por agresión tampoco encaja en el relato redentor, así que se omite.
Este tipo de simplificación no es inocente. Sirve para dotar al PSOE de una figura emocionalmente potente, capaz de encarnar el discurso de extranjería sin necesidad de argumentarlo. Diouf no legisla sobre emigración: es la emigración hecha carne parlamentaria. Y eso, lejos de enriquecer el debate, lo empobrece. Porque cuando el símbolo eclipsa al legislador, el escaño se convierte en escaparate.
Diouf. Ministro del racismo
No habla de economía, ni de sanidad, ni de educación. Su intervención tipo es un bucle: racismo estructural, regularización, discriminación. En 2022 acusó de racismo a Macarena Olona por usar la expresión fin de semana negro para referirse a una ola de apuñalamientos. ¿Metáfora desafortunada? Tal vez. ¿Racismo? Difícil sostenerlo.
Su presencia en la Comisión de Defensa es casi humor negro: ¿defensa de qué, si nunca ha hablado de ella? Su papel parece diseñado para cumplir cuota simbólica, no para ejercer representación, y eso sí es racismo. Es el diputado de extranjería, no de Las Palmas. ¿Ha hablado alguna vez del paro juvenil en Canarias? ¿De la vivienda? ¿Del turismo? No. Su agenda es tan estrecha como su retórica.
¿Tiene talla política?
Formación en economía por la Universidad de Dakar, políglota (wólof, francés, español, alemán), experiencia sindical. Pero su reduccionismo temático, su incapacidad para debatir fuera del marco migratorio, y su tendencia a la victimización lo convierten en un perfil plano, más útil como icono que como legislador.
¿Es oclócrata? No lidera masas, pero sí parece alimentar una narrativa emocional que sustituye el debate racional por la apelación constante al agravio. En ese sentido, sí: su estilo se acerca al populismo identitario, aunque con tono institucional.
Curiosidades y contradicciones
- Fue católico en Senegal, minoría dentro de minoría.
- Aprendió alemán en hoteles de Fuerteventura, pero nunca ha hablado de turismo.
- Su condena penal no impidió su ascenso político, pero sí su derecho al sufragio pasivo durante años.
- Nunca ha presentado una iniciativa legislativa fuera del ámbito migratorio.
- Su perfil en el Congreso parece redactado por una ONG, no por un partido de gobierno.
El PSOE y la política de escaparate
El caso Diouf revela una estrategia clara: la representación simbólica sustituye a la competencia legislativa. No se elige al mejor preparado, sino al más útil para el relato. Diouf solo está ahí por su perfil. Es el diputado escaparate, útil para la foto, irrelevante para el BOE.
¿Qué representa el ministro del racismo?
Diouf no representa la diversidad migrante, sino una versión editorialmente conveniente de ella. Su figura no se construye desde la pluralidad legislativa, sino desde la monocausalidad del agravio, lo que lo convierte en un diputado de relato, no de programa. Y ese relato, como todo mito político, sirve más al partido que al país.