¿OK? ¡Oquis!

Hoy me han retado y claro, he recogido el guante. Lo ha hecho una lectora, J.J., que me ha invitado a defender que el término anglosajón OK debe ser españolizado por un neologismo inventado hace años por la propia J.J. ¿OK? ¡Oquis!

¿OK? ¡Oquis! ¿Qué rescatamos?

Obviamente, rescatamos a oquis, pero no del olvido sino de la oscuridad de su inexistencia.

Aceptar el reto de imaginar una españolización de OK como oquis es, en sí mismo, una invitación a reflexionar sobre el destino de las palabras forasteras en el ecosistema del español, ese idioma tan dado a la hospitalidad léxica como a la resistencia pasiva. Porque, si bien el OK anglosajón se ha colado en nuestras conversaciones con la sutileza de un turista que nunca se va, ¿por qué no exigirle, al menos, que se ponga la camiseta del equipo local y se adapte a las reglas de la casa?

¿Por qué oquis?

La razón de fondo para proponer oquis no es solo fonética, aunque la adaptación a nuestra prosodia y ortografía sea un argumento de peso: el español, tan celoso de su acento y de su musicalidad, no debería resignarse a pronunciar dos letras mudas como si fueran una contraseña secreta de club privado. Oquis suena a español, se declina con naturalidad y, lo más importante, se integra en la conversación sin ese deje de cosmopolitismo impostado que tanto gusta a algunos pero que, en el fondo, solo disfraza una cierta pereza mental para buscar equivalentes propios.

Pero hay algo más profundo —y aquí la ironía es inevitable—: si el español lleva siglos convirtiendo football en fútbol, sandwich en sándwich y whisky en güisqui, ¿por qué el OK habría de merecer un trato de favor? ¿Acaso es más universal, más moderno? ¿O es que, en el fondo, nos parece tan exótico y chic que preferimos dejarlo en su forma original, como quien no deshace la maleta para que el viaje no se acabe nunca? Oquis sería una declaración de independencia léxica: si lo vamos a usar, que sea con todas las de la ley, con ese sabor a patio de vecinos que tanto caracteriza nuestro idioma.

Conclusiones

Por último, no hay que olvidar el placer casi subversivo de ver cómo una palabra extranjera, tras pasar por la batidora fonética y ortográfica del español, acaba convertida en algo tan nuestro que ni el más purista de los académicos podría rechazarla sin sonrojarse. Así que, si el futuro es oquis, que venga pronto: será la mejor prueba de que el español sigue vivo, creativo y, por qué no, un poco travieso.

 

NOTA. Sabemos bien que la Real Academia Española y fuentes de referencia en el uso del español aconsejan emplear OK (mayúsculas, sin puntos) o sus adaptaciones okey y oká. Y pese a saberlo, proponemos oquis: es propio, singular (y plural) y exige para su formación un poquitín de imaginación. ¿OK? ¡Oquis!

¿OK? En español, oquis.

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