Trasgo es una de esas palabras que, al pronunciarse, parecen convocar ecos de leyendas y noches de misterio.
Designa a un ser travieso del folclore hispánico, especialmente del norte peninsular: un duendecillo inquieto, juguetón, a veces molesto, que se cuela en las casas para desordenar, esconder objetos o gastar bromas a los habitantes. Su sola mención despierta la imaginación y nos conecta con un mundo donde lo cotidiano y lo mágico se entrelazan.
Trasgo. Etimología
Tiene sus raíces en la tradición oral ibérica. Proviene del latín vulgar transgredior (el que cruza o el que transgrede), lo que ya sugiere su carácter inquieto y su costumbre de traspasar límites, tanto físicos como sociales. A lo largo de los siglos, la palabra ha mantenido su sonoridad y su aire antiguo, sobreviviendo en cuentos, leyendas y refranes, especialmente en Asturias, Galicia y Cantabria.
Significado y usos
Sobre su sentido más estricto, el trasgo es un duende doméstico, pequeño y ágil, que se dedica a hacer travesuras: cambiar de sitio los objetos, producir ruidos inexplicables o provocar pequeños desastres domésticos. En la literatura y la tradición oral, el trasgo puede ser tanto una molestia como un personaje entrañable y su figura se recogió por escritores como Gustavo Adolfo Bécquer y Emilia Pardo Bazán. En el habla popular, llamar trasgo a alguien es acusarle, medio en broma, de ser inquieto o revoltoso.
Valor
El verdadero valor de trasgo reside en su capacidad para evocar un universo de supersticiones, miedos infantiles y noches junto al fuego. Es una palabra que lleva consigo el perfume de la oralidad, de los cuentos narrados al calor de la lumbre y que permite nombrar lo inexplicable, lo travieso, lo que escapa al control racional. Su riqueza expresiva la convierte en un recurso literario de primer orden, capaz de dotar de vida y misterio a cualquier relato.
Trasgo. Potencial actual
Aunque los trasgos ya no habitan nuestras casas —o al menos eso creemos—, la palabra conserva toda su fuerza para describir a personas o situaciones marcadas por el desorden, la inquietud o la picardía. En la literatura infantil, en la narrativa fantástica o incluso en el lenguaje coloquial, trasgo debe ser rescatada para dar nombre a esas pequeñas fuerzas invisibles que alteran la rutina y nos recuerdan que la vida siempre guarda un margen para lo imprevisto.
Así, rescatar a trasgo es invitar a esos duendecillos a nuestras palabras, dejar que el lenguaje recupere su magia y su capacidad de asombro. Porque, aunque no los veamos, los trasgos siguen ahí: en los rincones de la memoria, en los cuentos y, sobre todo, en la vitalidad de una lengua que no teme a lo extraordinario.