Algunas palabras, muy pocas, limpian más que el jabón. Detersorio es una de ellas.
Suena a laboratorio antiguo, a botica de convento, a receta escrita con pluma de ave sobre pergamino. No es una palabra común, ni moderna, ni siquiera útil en el supermercado. Pero tiene una dignidad léxica que merece ser estudiada.
En tiempos donde todo se desinfecta, se esteriliza o se higieniza, detersorio parece venir de otro mundo: uno en el que limpiar no era solo quitar la suciedad, sino purificar.
Así llega detersorio a nuestra colección de Extrañas palabras: como un eco elegante que se resiste al olvido.
Detersorio. Etimología y significados
Proviene del latín detersus, participio de detergĕre, que significa limpiar. De ahí también viene detergente, pero mientras este se industrializó y se volvió marca, detersorio se quedó en los márgenes del lenguaje culto.
En su uso clásico, detersorio designa aquello que tiene virtud de limpiar. No solo físicamente, sino también en un sentido médico o incluso espiritual. En tratados antiguos, se hablaba de ungüentos detersorios para curar heridas, o de aguas detersorias para purificar el cuerpo y el alma.
Detersivo y esméctico funcionan como sinónimos de detersorio.
Usos que ya no se usan
La medicina galénica, la alquimia y la farmacopea del Siglo de Oro usaban detersorio como término técnico. Aparece en textos de boticarios, en recetarios monásticos, en manuales de cirugía rudimentaria. También en escritos religiosos, donde la limpieza del cuerpo era metáfora de la limpieza del alma.
Hoy, la palabra ha desaparecido del habla común. Ha sido sustituida por términos más funcionales, más planos, más comerciales. Pero su eco permanece en el lenguaje culto, en la literatura médica antigua y en algunos diccionarios que se resisten a olvidar.
Curiosidades que limpian el lenguaje
Lo curioso de detersorio no es solo su rareza, sino su elegancia. Tiene ritmo, tiene gravedad, tiene una sonoridad que parece pedir silencio. Es una palabra que no se grita: se pronuncia como quien abre una caja de madera con frascos de vidrio etiquetados a mano.
Además, su parentesco con detergente es una lección de evolución semántica. Lo que antes era virtud, hoy es producto. Lo que antes se usaba para sanar, hoy se usa para vender.
¿Por qué detersorio es una extraña palabra?
Porque pertenece a un lenguaje que ya no usamos, pero que aún entendemos. Es extraña porque no ha muerto, solo se ha retirado. Vive en los márgenes, en los textos olvidados, en las bocas que aún pronuncian con respeto.
Es una palabra que limpia, sí. Pero también ilumina. Nos recuerda que el lenguaje tiene capas, historia, profundidad. Y que incluso lo más cotidiano —limpiar— puede tener un nombre digno de un tratado.