Hay dichos que entran en el lenguaje como metáforas vivas y otros que lo hacen como juegos que se vuelven serios. La patata caliente pertenece a ambas categorías. Se usa para señalar un asunto incómodo, difícil de manejar, que se pasa de mano en mano como si quemara.
Y aunque hoy se aplica sobre todo en contextos políticos o administrativos, su origen es más lúdico que institucional.
Patata caliente. Del juego infantil al lenguaje público
La expresión proviene del inglés hot potato, documentada desde el siglo XIX que alude a un juego en el que los participantes se pasan rápidamente un objeto —a veces literalmente una patata caliente— mientras suena música. Cuando esta se detiene, quien lo sostiene queda eliminado. El objetivo es claro: no quedarse con lo que quema, no ser el último en sostener el problema.
Este juego, que aún se practica en escuelas y fiestas infantiles, dio pie a una metáfora que pronto saltó al lenguaje político. En inglés, to drop a hot potato significa deshacerse de un asunto espinoso. En español, la expresión se adoptó con naturalidad y hoy se usa para describir cualquier responsabilidad incómoda que nadie quiere asumir: desde una reforma fiscal hasta una herencia envenenada.
Usos contemporáneos y tono irónico
En el discurso público, la patata caliente aparece con frecuencia en titulares y declaraciones. La financiación autonómica es una patata caliente que nadie quiere coger (en Argentina sería asumir, recuerden), El conflicto laboral se ha convertido en una patata caliente para el nuevo ministro, La gestión de residuos es la patata caliente del ayuntamiento. El tono suele ser irónico, casi resignado: se da por hecho que el problema será esquivado, transferido o postergado.
También se usa en contextos más cotidianos: en empresas, en familias, en cualquier situación donde una decisión difícil se convierte en carga que se transfiere. La expresión tiene la ventaja de ser visual, directa y ligeramente humorística, lo que permite suavizar la crítica sin perder fuerza.
Una metáfora que no se enfría
Lo interesante de la patata caliente es que no ha perdido vigencia ni fuerza expresiva. A diferencia de otras metáforas gastadas, esta conserva su capacidad de evocar incomodidad, urgencia y evasión. No es una fórmula hueca: sigue funcionando porque el gesto que representa —pasar algo que quema— es universal y reconocible.
Además, su origen lúdico le da una capa adicional de sentido. Lo que empezó como juego se convirtió en símbolo de irresponsabilidad compartida. Y en ese tránsito, la expresión ganó profundidad sin perder ligereza.
¿Quién se queda con la patata caliente?
La pregunta que subyace en cada uso de la patata caliente es siempre la misma: ¿quién se atreve a sostenerla? ¿Quién asume el problema sin pasarlo a otro? En ese sentido, el dicho no solo describe una situación, sino que plantea un dilema ético. Porque lo que se pasa no es solo una patata: es una decisión, una carga, una responsabilidad.
Y como ocurre con los buenos refranes, su fuerza no está en la explicación, sino en la imagen. Una patata caliente en la mano: incómoda, urgente, difícil de sostener. Lo demás es política, juego o evasión. Pero el dicho sigue ahí, esperando a ver quién se atreve a no soltarlo.