Totalmente gratis es una expresión que se ha instalado en el lenguaje publicitario con la fuerza de un eslogan y la lógica de un oxímoron.
Su uso es tan frecuente como innecesario, pero provoca dudas razonables porque decir que algo es gratis implica, por definición, que no tiene coste alguno. Añadir el adverbio totalmente no refuerza el mensaje: lo debilita, lo contamina, lo convierte en un guiño sospechoso. ¿Acaso existe lo parcialmente gratis? ¿Puede algo ser un poco gratuito? La respuesta es no, salvo que se incurra en manipulación semántica.
Gratis, sin grados
En términos lingüísticos, es un adverbio absoluto. No admite intensificación ni matices. Es como decir completamente muerto o totalmente vacío: fórmulas que, lejos de aclarar, enturbian. La gratuidad, como el sexo, es binaria guste o no. O se paga, o no se paga. Lo demás es retórica de escaparate.
La expresión revela, por tanto, una contradicción conceptual. Si algo requiere condiciones, registros, permanencias o compras previas, no es gratis. Es una promoción, una oferta, una estrategia comercial. Pero no una gratuidad.
El simulacro publicitario
Lo que se esconde tras el totalmente gratis es una forma de simulacro. Se ofrece la ilusión de lo gratuito, pero se exige algo a cambio: atención, datos personales, fidelidad, tiempo. La gratuidad se convierte en moneda de cambio simbólica. No se paga con dinero, pero sí con exposición, con consentimiento, con clics. Así, totalmente gratis no es una afirmación, sino una coartada.
La publicidad, al repetir esta fórmula, no busca informar sino seducir. El adverbio totalmente funciona como un tranquilizante lingüístico. Disipa dudas, anestesia el escepticismo, genera una falsa transparencia. Pero su exceso revela la trampa: si hay que insistir en que algo es totalmente gratis, probablemente no lo sea.
Lenguaje y ética
La crítica a esta expresión no es solo gramatical: es ética. El lenguaje que usamos para ofrecer, prometer o persuadir debe ser preciso. La inflación de adverbios, la redundancia enfática, la exageración gratuita (valga la ironía) son síntomas de una cultura que ha perdido el respeto por la palabra. Decir gratis debería bastar. Si no basta, es que algo falla en la oferta o en la confianza.
Gratis, no como gancho
La gratuidad auténtica no necesita adjetivos ni adverbios. Se ofrece, se comparte, se celebra. No se grita. No se vende. Tampoco se adorna. Lo totalmente gratis es, en el fondo, una forma de decir no confíes en mí. Y eso, en cualquier idioma, es un fracaso comunicativo.




