Vivimos en una época curiosa, una en la que todos parecen ser iconos y nada parece ser símbolo. Desde estrellas de cine hasta políticos cutres y rastreros, pasando por zapatillas deportivas y hasta por tatuajes ridículos, todo se ha convertido en icónico. Pero, ¿qué significa esta palabra? Y más importante, ¿qué pasa con los símbolos? Desentrañemos este embrollo con un poco de rigor académico y una pizca de sarcasmo.
El símbolo
Símbolo proviene del griego symbolon, que significaba signo de reconocimiento. Era un objeto partido en dos que servía para identificar a dos personas o grupos cuando se reunían. Con el tiempo, el término evolucionó para referirse a algo que representa una idea, un concepto o una realidad abstracta. Un símbolo no es solo lo que ves; es lo que sugiere, un puente entre lo tangible y lo intangible.
Por ejemplo, la cruz cristiana no son dos líneas cruzadas; es un símbolo con significados espirituales, históricos y culturales. El anillo de bodas no es un aro de metal; simboliza unión, compromiso y amor eterno (o eso esperamos). Los símbolos son profundos, complejos y requieren conocer el contexto para ser comprendidos.
El icono
Viene del griego eikon, donde significaba imagen o representación. Originalmente se usaba para referirse a imágenes religiosas, especialmente en el arte bizantino. Un icono era una representación visual de lo divino, algo venerado y respetado.
Y aquí está el giro: en algún momento del siglo XX, el icono decidió abandonar su monasterio bizantino y mudarse a la cultura pop. De pronto, Marilyn Monroe era un icono, al igual que las botellas de Coca-Cola y los logotipos de salsas de tomate. Y no nos olvidemos del mundo digital: los dibujitos en nuestras pantallas también se llaman iconos. Así, el término pasó de representar lo sagrado a lo cotidiano con una rapidez sorprendente.
¿Por qué ahora todos son iconos? El triunfo del papanatismo
El problema va más allá de nuestra obsesión por la inmediatez y la superficialidad. Estamos ante un caso de papanatismo colectivo, esa tendencia humana a admirar o adoptar acríticamente lo que está de moda. Es como si hubiéramos desarrollado una alergia al pensamiento crítico y, en su lugar, nos hubiéramos vuelto expertos en tragar cualquier tendencia que nos arrojen, por ridícula que sea.
La fórmula mágica del papanatismo icónico es simple:
- Tome algo ordinario.
- Llámelo icónico.
- Repítalo hasta la saciedad en redes sociales.
- Observe cómo la masa lo acepta sin cuestionarlo.
- ¡Bravo! Ha creado un icono de la nada. Es como hacer magia, pero sin tener que aprender trucos complicados.
La inflación semántica y la estolidez colectiva
El abuso del icono ha llevado a una inflación semántica, pero el culpable detrás de esto es la estolidez colectiva. Este fenómeno hace que grupos enteros de personas parezcan perder simultáneamente la capacidad de razonamiento crítico. Es como si hubiera una oferta de 2×1 en estupidez y todos corrieran a aprovecharla.
El ciclo vicioso de la estolidez icónica funciona así:
- Alguien declara algo como icónico.
- Nadie quiere parecer tonto cuestionándolo.
- Todos asienten y repiten.
- La estupidez se refuerza y se expande.
Mientras tanto, los símbolos están siendo relegados al olvido, confinados al ámbito académico y religioso. Quizás porque exigen más de nosotros: nos piden pensar, interpretar y conectar con algo más grande que nosotros mismos. Y seamos honrados, eso no siempre encaja bien en una cultura obsesionada con los likes y las tendencias virales, donde el pensamiento profundo es un lujo que pocos se permiten.
Corolario. ¿Rescatamos al símbolo o nos rendimos al icono?
En última instancia, la diferencia entre símbolos e iconos refleja algo sobre nuestra sociedad actual: la preferencia de lo inmediato sobre lo reflexivo, de lo visual sobre lo conceptual y nuestra alarmante disposición a aceptar lo icónico sin cuestionarlo.
No todo está perdido. Quizás, en algún rincón oscuro de internet, exista un grupo secreto de rebeldes que aún valoran los símbolos y se atreven a cuestionar lo icónico. O tal vez estamos condenados a un futuro donde hasta respirar será considerado un acto icónico.
Así que la próxima vez que alguien le diga que algo es icónico, pregúntele si entiende lo que eso significa. Y si no sabe responderle… bueno, al menos tendrá una excusa para iniciar una conversación interesante (e incómoda). Porque en este mundo donde todo brilla como si fuera oro icónico, necesitamos más símbolos auténticos y menos papanatismo para recordar qué es realmente importante.
En cualquier caso, al menos podemos consolarnos con la idea de que, en este mundo de iconos vacíos, nuestra capacidad para reconocer y burlarnos de esta tendencia nos convierte en… ¿iconos de la resistencia? Oh, parece que no hay escapatoria…