Borrell, cerebro, boca y pies

septiembre 13, 2025

Josep Borrell Fontelles, nacido en La Pobla de Segur (Lérida) en 1947, es uno de los políticos más formados de Europa: ingeniero aeronáutico, doctor en Ciencias Económicas, máster en Stanford, posgrado en París. Si el currículo fuera garantía de infalibilidad, Borrell sería infalible.

Pero la historia política no se escribe con títulos, sino con gestos, palabras y silencios. Y ahí es donde el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores deja una estela de meteduras de pata que harían sonrojar a un becario diplomático.

Borrell. El político que nunca supo callar

Tiene una relación tensa con el micrófono. En 2022, durante una intervención pública, se refirió a Europa como un jardín rodeado por la jungla, en alusión a los países no occidentales. La frase, que pretendía ilustrar la fragilidad del orden europeo, se interpretó como una declaración colonialista y eurocentrista. Las críticas llovieron desde África, Asia e Hispanoamérica. Él se defendió diciendo que era una metáfora mal entendida. Pero el daño estaba hecho.

No era la primera vez. En 2018, como ministro de Exteriores de España, afirmó que los indios americanos fueron exterminados sin haber hecho nada, ignorando siglos de resistencia indígena. En otra ocasión, dijo que Cataluña era una nación de 7 millones de españoles, frase que no gustó ni a independentistas ni a constitucionalistas. Y en 2023, en plena crisis diplomática, se refirió a Israel como responsable de una voluntad clara de exterminio del pueblo palestino. La frase, aunque respaldada por algunos sectores, se consideró imprudente por otros, dada su cargo institucional.

¿Oclócrata o tecnócrata con ínfulas?

Borrell es un oclócrata aunque no apela a las masas ni se deja arrastrar por la emoción popular. Pero sí ha demostrado una tendencia a hablar como si estuviera en una sobremesa, no en una cumbre internacional. Su estilo directo, a veces brusco, lo aleja del lenguaje diplomático que exige su cargo. Y aunque defiende el multilateralismo, su tono siempre fue más de cruzado que de negociador.

Su gestión como Alto Representante ha estado marcada por tensiones internas en la UE, especialmente en política exterior. Ha intentado mediar en conflictos como Ucrania, Palestina e Irán, pero con resultados dispares. Su insistencia en que la UE no va a cambiar derechos humanos por gas fue celebrada, pero también vista como ingenua ante la realpolitik energética.

Las cositas de Borrell

En 1969, Borrell trabajó en un kibutz israelí, experiencia que siempre ha reivindicado como formativa. En 2019, obtuvo la nacionalidad argentina, en homenaje a su abuelo emigrado. Fue candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno en 1998, pero tuvo que renunciar por el escándalo fiscal de dos colaboradores. Y en 2004, fue presidente del Parlamento Europeo, cargo que desempeñó sin brillo.

Su vida personal también ha sido pública: divorciado de Carolina Mayeur, casado con Cristina Narbona, con quien comparte militancia socialista y visión ecologista. Es catedrático, políglota y lector voraz. Pero su talón de Aquiles sigue siendo el verbo: cuando habla sin guion, tiembla Bruselas.

¿Qué revela Borrell sobre Europa?

Más allá de su figura, Borrell encarna una paradoja europea: la tensión entre la alta formación técnica y la baja sensibilidad política. Representa a una generación de políticos que creen que el conocimiento basta, cuando la diplomacia exige también tacto, escucha, saber estar y prudencia. Su trayectoria es brillante, pero su estilo verbal es peor que sus enemigos.

Es un oclócrata ilustrado, convencido de que su verbo basta para gobernar. No tiene razón, pero la expone como si fuera dogma. No escucha, no matiza, no duda: pontifica. Y en política, esa soberbia disfrazada de claridad no construye, solo incomoda.

Caricatura de Josep Borrell con gesto derrotado, leyendo El capital y una rosa roja marchita en la solapa

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