Cristina Narbona: la doctora líquida

julio 31, 2025

Cristina Narbona no necesita doctorado para ejercer como doctora. Le basta con la convicción. O con la autopercepción. Durante años, su currículum oficial la presentaba como doctora en Economía, sin tesis, sin tribunal, sin el sudor académico que exige el título. ¿Error administrativo? ¿Confusión semántica? ¿Un exceso de autoestima? Ella lo llama equivalencia italiana. El resto del mundo lo llama impostura, igual que el jefe supremo, vamos.

Como el CO₂ que tanto combatió desde su despacho ministerial, Narbona se adapta al recipiente que la contiene. Si el cargo exige rigor, ella ofrece relato. Si el puesto demanda credenciales, ella entrega convicción. Y si el partido necesita una presidenta decorativa, ella se convierte en símbolo: el rostro amable de una estructura que ya no necesita ideas, sino fidelidades.

La ecología de Cristina Narbona

Ministra de Medio Ambiente en tiempos de promesas verdes, Narbona encarnó el ecologismo de salón: mucho gesto, poca sustancia. Prometió sostenibilidad, pero dejó tras de sí informes, comisiones y una colección de frases que podrían decorar cualquier folleto de turismo rural.

La naturaleza, para ella, es un concepto estético. Un fondo de pantalla. Un pretexto para hablar de lo importante: ella misma.

Su paso por la OCDE fue igual de gaseoso. Representó a España en París, donde la diplomacia se mezcla con el canapé. Allí perfeccionó su estilo: hablar sin decir, prometer sin comprometer, representar sin transformar. El medio ambiente sobrevivió a su gestión. El pensamiento crítico, no tanto.

La sonrisa del aparato

Como presidenta del PSOE, Narbona no manda, pero respalda. No decide, pero asiente. Su papel es el de la sonrisa institucional, el gesto de continuidad, la ceja arqueada que legitima al líder sin eclipsarlo. Pedro Sánchez la mantiene en el cargo como quien conserva una planta en el despacho: no da sombra, pero decora.

Su discurso es el del partido que ya no necesita ideología, sino estética. Habla de justicia social como quien recita un mantra. Menciona la igualdad como quien enumera ingredientes de una receta que nunca cocina. Y cuando se le pregunta por su doctorado, sonríe como si la verdad fuera una cuestión de perspectiva.

Matrimonio en Valdemorillo

En el verano de 2018, Cristina Narbona se casó discretamente con otro oclócrata Josep Borrell, su pareja desde hacía dos décadas. La ceremonia fue tan invisible como su tesis doctoral. Dos figuras del PSOE, dos estilos opuestos: él, vehemente y combativo; ella, institucional y líquida. Viven en Valdemorillo, rodeados de naturaleza, aunque sin barro. El jardín, como el partido, está cuidadosamente podado.

El matrimonio no ha alterado su perfil público. Narbona sigue siendo la mujer que preside sin molestar, que titula sin título, que defiende el medio ambiente sin mancharse las manos. Borrell, por su parte, sigue viajando por Europa, mientras ella permanece en Madrid, como una planta decorativa en la sala de espera del poder.

Cristina Narbona. Corolario

Pasará a la historia como la mujer que hizo del simulacro una forma de vida. Su legado es invisible, como el gas que tanto combatió. Pero su estilo es reconocible: el de una política que ha perfeccionado el arte de estar sin ser, de decir sin decir, de presidir sin decidir.

En tiempos de ruido, ella susurra. En tiempos de confrontación, ella sonríe. Y en tiempos de exigencia intelectual, ella se presenta como doctora. Porque en el PSOE la verdad es líquida y Narbona es su mejor embajadora.

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