Continuamos con los motes de las letras con la más rotunda: la R.
Hay letras que se deslizan. Otras que acarician. Pero la R no pide permiso: irrumpe. Vibra en la garganta como un tambor de guerra, ruge como un motor encendido y se resiste a toda domesticación. Es la letra que no se calla, que no se pliega, que no se deja suavizar sin perder algo esencial.
La R es la piedra en el zapato de los niños que aprenden a hablar, el vértigo de los extranjeros que intentan pronunciarla en español, el rugido que separa carro de calo, río de lío. Es la letra que exige presencia, que no se deja ignorar. En ella hay algo de animal, de fuego, de frontera.
Con la R de rebelde. Y de romper
En fonética, la R es una vibrante alveolar. Pero más allá de la técnica, es una experiencia sonora. La erre simple —como en pero— ya tiene carácter. Pero la erre doble —como en el rencor del perro rojo— es puro estallido. Es la diferencia entre una caricia y una sacudida.
Históricamente, la R ha sido símbolo de fuerza. En latín, rex era el rey, y regere, gobernar. En francés, révolution. Y en español, rebelión, resistencia, ruptura. No es casual que tantas palabras que implican cambio, desafío o poder empiecen por R. Es la letra del que se levanta, del que no acepta el orden impuesto.
Visualmente, la R tiene algo de curva y algo de filo. Su trazo parece querer escapar del molde: una línea vertical que se niega a ser recta, una curva que se abre como una puerta entreabierta. No es simétrica, no es dócil. Es una letra que parece estar en movimiento, incluso cuando está impresa.
Lingüísticamente, la R marca territorio. En español, su posición inicial exige fuerza: risa, rayo, razón. Pero también se esconde en el centro de palabras que contienen tensión: guerra, tormenta, verdad. Es la letra que da cuerpo al verbo romper, que transforma amor en armar, que convierte paz en prisa.
Y en la poesía, la R es ritmo. Es la letra que Góngora usaba para sonar como un río desbordado, la que Neruda hacía rugir en sus odas al mar. Es la vibración que da fuerza al verso, que lo sacude, que lo despierta.
Corolario
La R no es solo una letra: es una actitud. Es la que vibra cuando todo está en silencio, la que ruge cuando otros susurran, la que se niega a ser domada por la norma o la costumbre. Es la letra del que se atreve, del que incomoda, del que transforma pero también de rufianes, rastreros y ruines.
En un mundo que a menudo premia la suavidad, la R nos recuerda que hay belleza en el temblor, en el ruido, en la resistencia. Que no todo debe ser pulido, que hay palabras que necesitan rugir para ser verdaderas.
Por eso, cuando la R aparece, no la ignore. Escúchela. Porque en su vibración hay algo que nos pertenece: el impulso de no callar, de no ceder, de no rendirse. Y porque se escribe con la R de rebelde.