Exordio
Como prometimos, excepcionalmente, y quizás no sirva de precedente, publicamos íntegramente un texto de Wimpi encuadrado en su obra 10 charlas de Wimpi en Radio Carve (1953) que creemos que merece mucho la pena leer. Por motivos de espacio prescindimos de cualquier comentario y les dejamos a ustedes toda esa labor. Esperamos que sea de su interés.
El saber y la cultura
Se diría que esta época, sin duda alguna la época de la Historia en que el hombre sabe más cosas, sin embargo es la que menos hombres cultos presenta. Hay una apreciable diferencia entre el saber y la cultura. El saber es una condición necesaria de la cultura, pero no es, de ninguna manera, su condición suficiente. Destaca Desiré Roustand –Los problemas de la cultura– que el saber puede medirse. En efecto: se puede llegar a determinar con relativa precisión cuántas palabras conoce un hombre de una lengua extranjera; cuantos teoremas es capaz de demostrar.
El saber, pues, es una cuestión de cantidad. Una suma de conocimientos. La cultura debe establecerse, antes bien, observando cómo el tipo actúa influido por su deber, pero sin aplicarlo profesionalmente. La cultura es, así, una cuestión de calidad. Una posición ante la vida.
Al decir que la cultura se advierte cuando el tipo es capaz de resolver adecuadamente problemas no profesionales, se ha dicho que se nota al médico culto por lo que hace fuera del consultorio, al abogado culto por lo que hace fuera del bufete, al profesor de matemáticas culto por lo que hace fuera de la cátedra. En el consultorio el médico, en el bufete el abogado, en la cátedra el profesor, utilizan su saber. Pero, luego, ante el semejante que no esté enfermo, que no esté en pleito o que no aprenda matemáticas, el médico, el abogado, el profesor demuestran -o no demuestran- su cultura. Fuera de la actividad profesional se nota al tipo culto por el ángulo en que se sitúa, por la actitud que asume, por la posición que adopta, por la razón que emplea.
Hay sabios que cuando abandonan la biblioteca, el laboratorio o el anfiteatro, no saben qué hacer: ni dónde poner las manos, ni cómo cruzar la calle, ni cómo hablarle a un niño. Son sabios incultos. El médico sabio se sabe por la forma como cura a un enfermo; el médico culto, se nota en la forma en que lo trata. Hombre culto es aquel que con la misma idoneidad que cumpliera su tarea profesional cumple sus tareas de hombre. Si no lo consiguiere, puede aplicársele al sabio inculto lo que dijo una vez Voltaire de la abeja: La abeja, fuera de la colmena, no es más que una mosca. En una observación panorámica, la cultura es muy parecida a la buena educación.
Claro: no es posible calificar al tipo, de bien educado sólo porque levante el dedo chico al tomar la cucharita del helado o porque no eche la ceniza y los puchos en el pocillo de café. El no hacer ruido con la sopa, el sacarse el sombrero antes de sentarse a comer, son condiciones necesarias, pero no suficientes de la buena educación. Debiéramos entender por buena educación una integración de educaciones en el tipo: la sentimental, la espiritual, la mental, la ética. Cuando el tipo está bien educado para esas cuatro posibilidades de su extraversión, es un hombre culto. Porque no solamente no le da vuelta los botones al otro mientras le cuenta como fue el choque, sino que, además, se encuentra capacitado para situarse – con beneficio para sí y sin perjuicio para los demás- ante el mundo, la vida y el destino.
Un ingeniero culto es el que, además de saber construir un puente, pincha la aceituna del medio porque sabe, asimismo, que las otras aceitunas, rodeándola no la dejarán escapar. Una doctora en Filosofía culta es la que, además de poder explicar sin dificultades las antinomias del infinito de Zenón, puede acomodarse los breteles en público sin que nadie se de cuenta.