Empezaremos por aclarar que este hombre, el Tito Berni, existe, aunque en la época de la memoria dirigida, su nombre, Juan Bernardo Fuentes Curbelo, se diluya en las nubes de lo etéreo. También hemos de reconocer que este hombre fue diputado y no uno cualquiera, sino un diputado del PSOE: los de la honradez en la lengua (aunque hoy su ignorancia les hace decir honestidad).
El Tito Berni y el desenfreno
Fue el anfitrión del exceso, el maestro de ceremonias de una trama que convirtió el Congreso en antesala de fiestas con cocaína, prostitutas y empresarios desesperados por contratos públicos. A este personaje, conocido como Tito Berni, no le bastaba con legislar: necesitaba impresionar. Y lo hacía con cenas en locales de alterne, promesas envueltas en humo y transferencias disfrazadas de donaciones para los niños.
Su despacho parlamentario era más un reservado VIP que una oficina legislativa. Allí recibía a los empresarios como quien prepara una audición para el casting del saqueo. Mostraba contactos, ofrecía favores y luego, por la noche, llegaba el desenfreno. El mediador, el general retirado, el sobrino, el empresario… todos orbitaban en torno al Tito, como satélites de una estrella que brillaba con luz de neón y olor a güisqui barato.
El socialismo de barra libre
La trama, bautizada como Caso Mediador, fue una radiografía de lo que ocurre cuando el poder pierde el pudor. Tito Berni no era un infiltrado: era diputado del PSOE, portavoz adjunto en la Comisión de Hacienda y facturaba al partido por servicios de gestoría mientras organizaba orgías con cargo a favores políticos. El socialismo, en su versión más líquida, se convirtió en barra libre.
El partido reaccionó con la rapidez del que sabe que el escándalo no se puede tapar con comunicados. Le exigieron la renuncia, le recordaron que había fotos, le encerraron en un despacho hasta que firmó su dimisión. Pero el daño ya estaba hecho. El PSOE, que tanto presume de ética, tuvo que explicar por qué su diputado organizaba fiestas con prostitutas en plena pandemia, mientras el resto del país estaba confinado.
El arte de corromper con estilo
Tito Berni no robaba como los antiguos caciques. Lo suyo era más sofisticado: cohecho con copa en mano, tráfico de influencias con sonrisa de camarero, blanqueo de capitales con factura de asesoría. Su estilo era el del corrupto moderno: simpático, accesible, con WhatsApp lleno de emojis y promesas. Pedía dinero para los niños, pero los niños nunca aparecieron. Lo que sí aparecieron fueron sobres con efectivo, placas solares en fincas familiares y empresarios que pagaban por favores que nunca llegaban.
La impunidad era tal que se fotografiaban en hoteles con las chicas de compañía, como si la corrupción fuera una excursión escolar. Las imágenes, lejos de avergonzarlos, eran trofeos. Y cuando la policía llamó a la puerta, el Tito Berni ya había preparado el terreno: los dispositivos clave desaparecieron, las pruebas se diluyeron y la causa judicial se fue desinflando como un colchón de aire tras la fiesta.
¿Era el único implicado? No lo parece. ¿Y sus cenas con otros socialistas? ¿Nadie supo nada antes? Ahí el PSOE fue muy eficiente: hizo saber que se trataba solo de uno (bien pagado, suponemos) para tapar a los demás. Y, claro, aquí al que no traga le clavan el anzuelo…
¿Era el único implicado? No lo parece. ¿Y sus cenas con otros socialistas? ¿Nadie supo nada antes? Ahí el PSOE fue muy eficiente: hizo saber que se trataba solo de uno (bien pagado, suponemos) para tapar a los demás y a la organización. Y, claro, aquí, al que no traga, le clavan el anzuelo… Presuntamente, por supuesto.
Lo que el Tito Berni dejó
Hoy, el Tito Berni camina por los márgenes del partido que lo expulsó (PSOE), pero que nunca explicó cómo llegó tan lejos sin que nadie lo viera. Su legado no es una ley, ni una reforma, ni una idea. Es una cena en el Ramsés, una factura sospechosa, una red de favores que convirtió el Congreso en un burdel institucional.
No fue un accidente. Fue un síntoma. El síntoma de un sistema que tolera el exceso mientras se mantenga la sonrisa. Tito Berni no cayó por lo que hizo, sino por lo que se vio. Y en política, lo que se ve es siempre más grave que lo que se hace.
Y estas cosas son también muy propias de la oclocracia y de la conducta inherente de los oclócratas.