Exordio
Lo acabamos de prometer y vamos a cumplirlo. Efectivamente, este título es, exactamente, una jitanjáfora. No busque esta palabra en el diccionario: no la encontrarían y no estamos para pérdidas de tiempo ni para darnos disgustos, que para eso ya están Sánchez y sus camaradas.
Pero podemos avanzar algo: el glíglico es un idioma y usted, a poco que se esfuerce, quizás no lo entienda del todo, pero lo comprenderá en cierta medida. Vamos al grano:
¿Qué es el glíglico? ¿De dónde procede?
Es una lengua inventada por Julio Cortázar en su novela Rayuela (1963). Ahí, en el capítulo 68 evoca una escena de amor, íntegramente redactada en glíglico. Este lenguaje, creado a través de jitanjáforas, se percibe como un juego y tiene un carácter cabalístico. Es un código compartido por los amantes, que los separa del resto de la humanidad.
¿Por qué ese nombre? No tenemos ningún dato porque Cortázar no dejó constancia de la causa de elegir ese nombre. Por lo tanto, solo hay una explicación: se inventó la palabra, le gustó y la adaptó a su nueva lengua imaginaria.
Rayuela, capítulo 68. Texto en glíglico
Lo transcribimos y le recomendamos que lo lea. Sacará conclusiones:
Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las anillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
Corolario
Aunque a primera vista parece carecer de sentido, una lectura más detallada permite ver que en realidad es bastante comprensible. El glíglico tiene la misma sintaxis y morfología que el español, usando palabras de uso habitual con otras inventadas pero reconocibles como sustantivos o verbos y puntuando correctamente las frases.
¿A que ahora lo entienden mejor?